Bobastro
(hoy municipio de Ardales) se localizaba en un terreno montañoso y escarpado,
al norte de la provincia de Málaga, donde Omar Ben Hafsún estableció la capital
de sus dominios, en el año 880, al sublevarse contra el emir de Córdoba.
Omar Ibn Hafsún nació a finales del
siglo IX, en el seno de una familia hispano-visigoda acomodada, convertida al
Islam dos generaciones antes. Su leyenda empieza, en su juventud, con una
supuesta acusación de asesinato, lo que le obligó a escapar, refugiándose en
las montañas de Málaga, su tierra natal.
Una profecía origina una vasta rebelión
Pronto autoexiliado al Magreb, allí un anciano le profetizó un destino
glorioso, como líder de una gloriosa revuelta contra los Omeyas cordobeses, si
regresaba a su país. Armándose de valor, y posiblemente acompañado de algunos
aventureros, cruzó el mar y fue acogido nuevamente entre sus familiares, en
secreto. Con la inestimable ayuda de unos tíos, pudo reclutar un pequeño
ejército, compuesto en principio por criados y siervos, a los que luego,
rápidamente, se unirían numerosos forajidos y descontentos en general con el
gobierno Omeya de Córdoba.
La ferviente actividad de Ibn Hafsún, canalizada en forma de guerrillas y
acciones de bandolerismo, se extendió por toda la Serranía
de Ronda, los Montes de Málaga y la comarca de la Axarquía.
Tras muchas peripecias, logró adueñarse de varios husun (“castillos” o
“fortines”) a gran altura, eligiendo el mejor defendido, el de Bobastro (actual
municipio de Ardales), como sede de su poder político.
Desde aquella inexpugnable fortaleza de Bobastro, auténtico “nido de
águilas” situado en las escarpadas cumbres serranas malagueñas, organizó en
adelante, con mayor intensidad que nunca, una campaña militar destinada a
debilitar el Emirato cordobés. Actividad guerrillera que se materializó, por
añadidura, en constantes y devastadoras razzias contra objetivos
estratégicos, fundamentalmente poblaciones prósperas del rico Valle del
Guadalquivir, las zonas costeras de Málaga, y tierras de Granada, de donde obtendría no sólo
abundante botín, sino también nuevos partidarios para su causa.
La reacción de Córdoba
Córdoba se mostró totalmente
incapaz, entonces, de reaccionar ante la rebelión de Ibn Hafsún, máxime cuando
se produjo el convulso interregno de dos años de Al-Mundhir en el trono emiral.
Pero éste murió prematuramente, supuestamente víctima de una conjura palatina,
envenenado por su hermano ‘Abd-Allah, que sería nombrado nuevo emir.
La llegada de ‘Abd-Allah al trono se produjo en el momento en que la
rebelión hafsunita había logrado mayor extensión, controlando amplias regiones
de Andalucía. “Hacia el año 890, en la cima de su poder, (Ibn Hafsún)
controlaba directamente toda la zona montañosa entre el mar y el Valle del Guadalquivir, e
incluso algunas localidades importantes del llano, como Écija”, a apenas
cincuenta kilómetros de Córdoba (Pierre Guichard, en Pierre Bonassie et alii.,
Las Españas medievales, RBA, Madrid, 2004, p. 76).
Sucede aquí un suceso lleno de significados variados y sonoras
consecuencias de difícil interpretación: Omar Ibn Hafsún, en el 899, reniega
del Islam y retorna a la fe cristiana de sus bisabuelos. Este hecho demuestra
por un lado la todavía amplia presencia de comunidades mozárabes (cristianos
viviendo en tierras musulmanas) en la Málaga rural, muy activas y dinámicas, y
radicalmente opuestas al dominio islámico. Comunidades postergadas por los
gobernantes que, por el carácter anti-Omeya de la rebelión, decidieron unirse a
la revuelta, y que a la larga tuvieron gran influencia sobre el líder rebelde (quizás
convenciendo a su señor de lo potencialmente ventajoso de una conversión suya
al Cristianismo).
Sin embargo, dicha conversión debió suponer, al mismo tiempo, la defección
de gran parte de los musulmanes andaluces que hasta entonces habían apoyado al rebelde.
Muchos islámicos, como los bereberes
y los muladíes (“neomusulmanes”, conversos o hijos de conversos al Islam, entre
los cuales se encontraba el mismo Ibn Hafsún), considerados “ciudadanos de
segunda” por la rancias élites árabes y sirias, estarían sin duda descontentos
con la política fiscal abusiva y la pésima administración del emirato Omeya, y
por eso se hicieron partidarios de la sublevación; pero en el fondo, pese a
todo, la mayoría seguirían siendo fieles mahometanos, y la cristianización de
su caudillo debió entenderse probablemente como una traición.
Así, si con el bautismo cristiano, Ibn Hafsún se ganó a los mozárabes,
perdió a la par una cantidad aún mayor de partidarios muladíes y musulmanes devotos, que hasta
entonces formaban lo mejor de las filas de su ejército. La decisión, entonces,
puede ser vista como un nefasto error político o táctico, fruto posiblemente de
una mala interpretación, por parte del cabecilla rebelde, de las verdaderas
aspiraciones de sus seguidores, aunque tampoco hay que descartar el hecho de
que, efectivamente, se tratara de una conversión sincera a la nueva fe.
Con todo, ‘Abd-Allah siguió sin lograr dar la puntilla a su enemigo;
incluso, viendo que no lograba vencerlo por las armas, trató varias veces de
ganárselo, ofreciéndole cargos políticos en algunas ciudades importantes, o
alianzas familiares, a cambio de olvidarlo todo y acabar con una guerra interna
que se prolongaba más de la cuenta y que, además, socavaba la base misma de la
estabilidad de Al-Ándalus.
Declive y derrota de Ibn Hafsún
‘Abd-Allah falleció en el año 912, siendo sucedido por su nieto ‘Abd
al-Rahmán (llamado Abderramán III en las
crónicas castellanas), sabio líder, carismático, poderoso; un astuto político y
hábil estratega. Este soberbio personaje, que pocos años después (929) se
proclamará primer Califa de Córdoba, iniciando el período califal en Al-Ándalus, logrará poner
punto y final a la rebelión de Ibn Hafsún.
Aprovechando las debilidades internas de su opositor (pérdida de
partidarios muladíes y proislámicos, reducción de su ejército a una ínfima
parte de lo que fue), y desplegando un gigantesco ejército, logró acorralar a
su rival político, tras una ambiciosa campaña militar de dos años, en su
fortaleza-capital de Bobastro. Allí, Ibn Hafsún murió, desmoralizado y olvidado
por casi todos, en el año 917.
Y once años después (928), Abderramán III logró acabar definitivamente con
los últimos conatos de resistencia, restaurando el poder central en todos sus
estados. Los mozárabes, como es lógico, fueron severamente reprimidos por la
autoridad cordobesa, aunque sólo en un primer momento, pues más adelante el
recién proclamado Califa trató de mostrarse magnánimo y justo con sus súbditos,
independientemente de su religión.
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