Oposición Geografía e Historia. Prácticas de Arte. Ejemplo comentario obras de Arte.- Pintura románica: Pantocrátor de San Clemente de Tahull.
Aplicación del método Iconográfico de Panofsky a San Clemente de Tahull.
Introducción:
el método iconográfico de Panofsky
§ Análisis
preiconográfico: Se analiza la
obra dentro del campo estilístico ubicándola en el periodo artístico que el
tratamiento de sus formas indiquen.
§ Análisis
iconográfico: Analiza los elementos que acompañan a
la obra, sus diferentes atributos o características, siguiendo los preceptos
que este método impone.
§ Análisis iconológico: Analiza la obra en su contexto cultural intentando comprender su significado en el tiempo en que se ejecutó.
Nivel: 1. Análisis
preiconográfico. Contexto e interpretación
primaria o natural de lo que se ve.
a) TIPO DE OBRA: Pintura.
b) TÍTULO: Pantocrátor y otra figuras del
Nuevo Testamento.
c) AUTOR: Desconocido.
d) FECHA: 1123.
e) LOCALIZACIÓN: Iglesia
de San Clemente. Tahull, Valle de Bohí, (Lérida, España). Las pinturas
originales fueron trasladadas en 1913 al actual Museo Nacional de Arte de
Cataluña, en Barcelona, conservándose en su localización inicial una copia de
las mismas.
f) ESTILO: Pintura románica.
Análisis técnico:
* FORMA: Obra pictórica
realizada sobre una bóveda de cuarto de esfera en el ábside de la iglesia de
San Clemente, con un diámetro de 4 ms.
* MÉTODO: Pintura realizada al fresco, sobre
muro.
La pintura románica es consecuencia de la pintura y miniatura carolingia y mozárabe y deudora de códices y de la influencia que llegaba de Oriente. Igual que la escultura presenta unos rasgos comunes con alguna distinción geográfica. También se adapta al marco y decoraba en su totalidad el templo, aunque se ha destruido gran parte. Las figuras se representan frontalmente dibujadas con gruesos trazos sobre fondos monocromos o sobre franjas de diferentes tonos. Su modelado es convencional, líneas paralelas y se aplican manchas redondas en tono rojizo en frente, mejillas y barba.
Se emplean colores vivos y planos, de gran contraste.
El antinatural ismo se plasma en l pintura por la ausencia del paisaje, mera
presencia esquemática, por medio de una rama o edificio de poco realismo.
En el caso de San Clemente de Tahull
vemos que se trata de una pintura mural al fresco que decora la bóveda de
cuarto de esfera de un ábside cristiano. Cristo en Majestad, encerrado en una
mandorla, aparece sentado. Su nimbo y su cabeza rebasan el borde superior de la
mandorla. Viste túnica y manto que le cubre los hombros; la mano derecha
levantada vuelve su palma hacia nosotros. Los dedos índice, anular y pulgar los
tiene derechos; el corazón y el meñique se doblan (convencionalismo para
indicar bendición). En la mano izquierda sostiene, apoyándolo en su rodilla, un
libro abierto en el que leemos: Ego sum lux mundi. Aun lado y otro de su cabeza
aparecen el Alfa y la Omega. Todo el muro de la bóveda aparece ordenado en tres
registros de colores: azul, amarillo y negro, de abajo arriba. Sobre la banda
azul, cuatro ruedas, dos a cada lado de Cristo encierran un león y un toro; y
en las más cercanas a Cristo, dos ángeles que cogen del rabo y de una pata,
respectivamente, al león y al toro. En los registros superiores se recortan dos
ángeles, el de la derecha lleva un libro, el de la izquierda un águila. Una
banda con los nombres de la Virgen y de los Apóstoles separa esta parte de la
cuenca del hemiciclo en el que, cobijadas bajo arcos y separados por la ventana
del ábside, vemos las figuras (de izquierda a derecha) de Tomás, Bartolomé,
María, Juan, Santiago y los restos de otra figura que, por las letras visibles
en la parte superior, podría ser Felipe.
Su factura es de pincelada acabada y pastosa,
con líneas bien definidas en trazos negros que delimitan contornos (pintura
dibujada). El color cubre los espacios entre líneas con tonalidades cálidas.
Son colores planos, sin modelado y con alto contenido simbólico. No hay estudio
de luz, la cual es de procedencia ambiental y no produce contrastes. No hay
interés por el espacio tridimensional, ni perspectiva ni contexto espacial pero
sí tiene un contenido iconográfico que divide la escena por zonas de mayor o
menor importancia. La composición es clara y sencilla, muy jerárquica.
Establece un eje de simetría a través del centro de Cristo y de su mandorla y
pasa por la ventana inferior. Hay los mismos personajes a un lado y otro. El
espacio principal se reserva para el Pantócrator, luego el tetramorfos y luego,
más abajo para la Virgen y los Santos.Ç
Las formas de expresión son
antinaturalistas, con poses muy estudiadas y expresiones serias, sin
individualidad ni humanidad, anatomías y rasgos parecidos, ropajes y actitudes
muy estilizados. La imagen vale por lo que significa.
Nivel 2: Análisis iconográfico: à significado
convencional
Analiza los elementos que acompañan a la obra, sus diferentes atributos o características, siguiendo los preceptos que este método impone.
El Tetramorfos, iconográficamente, es un tema muy
repetido. Basado en el texto del Apocalipsis de San Juan (1). La visión de
estos cuatro seres tiene sus antecedentes en el Antiguo Testamento,
concretamente en las visiones de Ezequiel (2) y de Daniel (3).
Las representaciones de estos seres no presentan
ninguna novedad, tienen sus orígenes en el arte del Asia Occidental, e incluso
muchos autores no vacilan en identificar a los cortejos de animales que
aparecen en las grutas prehistóricas como un origen de los animales bíblicos.
El Tetramorfos responde al principio de
"Cuaternidad" unido a la idea de un orden en el espacio; así, en el
Tetramorfos cristiano vemos una perfecta correspondencia entre los símbolos de
los Evangelistas.
Antecedentes
La representación cosmológica del mundo la encontramos
en la cultura megalítica, donde es conocida la lucha sostenida por las
deidades para mantener el orden creado y evitar el caos, para ello colocaron al
león en la montaña celeste y pusieron cuatro arqueros en los puntos cardinales,
para defender el orden cósmico. Los cuatro arqueros se han identificado con los
cuatro elementos.
También lo hallamos en un texto chino denominado Ta-Tai-Li,
el filósofo Tsên-Tse, distingue ya cuatro animales al servicio del santo:
"Dos de estos animales con cabeza y plumas proceden del elemento Yin
(femenino-pasivo) y llevan piel, coraza o escamas. Los animales reflejan
claramente los cuatro elementos: pelo-fuego, escamas-agua, piel-tierra y
alas-aire."
Se puede establecer una correspondencia entre las
imágenes anteriormente citadas del león y del santo, con la figura de Cristo
dentro de la iconografía cristiana. En ellos se ha identificado el centro que
ocupan estas figuras con la quintaesencia o forma espiritual. A su vez, los
arqueros y los cuatro animales de la simbología china serían los antecedentes
de los cuatro seres del Tetramorfos.
Esta idea la podemos poner en relación con el grupo
cuadriforme de animales del arte sumerio que se compone de león, águila y pavo
real sobre el dorso de un buey. De igual manera encontramos en el Libro
de los Muertos, del mundo egipcio un grupo de tres seres con cabezas de
animales y otro con cabeza humana, orejuda, que se asemeja a algunas pinturas
románicas. Esto está en relación con la visión de Ezequiel, en la que se
enumera al león, al águila, al toro y al hombre, e incluso nos hace pensar que
el profeta conociese la tradición oriental y en particular las representaciones
egipcias de dicho texto.
Los káribu asirios, dispuestos en las entradas de los
palacios, poseían cabeza de hombre, cuerpo de león, patas de toro y alas de
águila (4) y los animales persas son los que dan a Ezequiel la idea de los
cuatro animales.
En el arte sumerio nos encontramos numerosas
representaciones en cilindros sellos y plaquetas de toros androcéfalos y toro
más humanoide que reflejan la leyenda milenaria de Gilgamesh y su amigo Enkidú,
animal salvaje que vivía con los toros.
Gilgamesh era hijo de la diosa Vache y de un sacerdote que se unió a ella (5).
Es un hombre-toro, prototipo del minotauro, aparece siempre con barba y
abundante cabellera, tiene por compañero Enkidú, animal salvaje, representado
con cuernos en la cabeza para caracterizarle como un personaje semidivino.
Ambos se representan en los cilindros sellos
derribando fieras y cazando animales salvajes. El gusto por este tema se
extiende desde la poesía épica babilónica hasta la época asiria. Va a ser un
personaje internacional e incluso es adoptado como héroe nacional durante dos
mil años. Este personaje monopoliza casi de una manera exclusiva el arte
babilónico.
Tal vez su éxito estriba en que Gilgamesh fue un
primer conquistador semítico que se aventuraba sólo hasta el confín del mundo y
que trataba de igual manera a los dioses. Convirtiéndose en un Hércules, cuyo
fin consistía en descuartizar toros y leones. A veces esta figura se abraza con
Enkidú, su amigo, de cuerpo de toro y cabeza humana, más fuerte que Gilgamesh,
pero aún sujeto a la muerte (6). Como ejemplo, en el Arpa de Ur y en varios
cilindros mesopotámicos de la época neosumeria (7).
Dentro del arte egipcio hallamos representaciones
de personajes mitad hombre y animal, como los hijos de Horus (8), que aparecían
en los vasos funerarios, cuyo cuerpo estaba formado por el vaso y las cabezas
de animales: león, halcón, perro y toro. Como los encontrados en el
templo-palacio de Ramsés III, en Medinet Abú y en las tumbas de Deir el-medineh
(9).
Al igual que en Mesopotamia y en Egipto,
también la tradición judía nos ofrece cuatro animales relacionados
con el símbolo real: buey (rey de los ganados), león (rey de las selvas y de
las fieras), águila (rey de las aves) y el hombre (rey de la Creación).
La iconografía del Tetramorfos en el arte cristiano
está claramente inspirada en la fuente literaria de los textos bíblicos. En los
que, como anteriormente hemos citado, se relata la aparición en torno a Cristo
de cuatro seres relacionados con el hombre, el toro, el león y el águila; que
sostienen y mueven el trono de dios, su número guarda relación con las cuatro
partes del Universo y sus ojos indican la parte que tienen en el gobierno del
mismo o de la Iglesia, esparcida por todo él, son los cuatro reyes del mundo
animal.
Estos animales en su representación artística obedecen
a una ordenación espacial dada por el profeta Ezequiel (10), que es la
siguiente: En los dos espacios superiores, a la derecha el hombre y a la
izquierda el águila; en los inferiores, a la derecha el león y a la izquierda
el toro.
Esta ordenación está en relación a los principios del
simbolismo espacial, en que lo superior aparece siempre como sublimación de lo
inferior y lo que se halla a la derecha como una expresión de lo consciente,
mientras lo que se encuentra a la izquierda concierne a lo inconsciente; así,
tenemos al hombre alado como una sublimación del león y al águila como una
sublimación del toro. Siguiendo las doctrinas esotéricas, estos seres
significan lo siguiente: águila: aire, inteligencia, acción; león: fuego,
fuerza, movimiento; toro: tierra, trabajo, resistencia, sacrificio.
En los cuatro animales ven los Padres de la Iglesia a
los cuatro Evangelistas.
A San Mateo se le atribuye el hombre,
porque su Evangelio comienza por la geneología de Jesucristo. El cristiano debe
elevarse, ser un hombre porque el hombre es el único animal racional, sólo él
se guía por las voces de la razón, por eso merece ser llamado hombre.
San Lucas está identificado con el
toro o buey porque su Evangelio comienza con el
sacrificio ofrecido por Zacarías; el cristiano debe imitar al buey, pues
renunciando a los placeres se inmola a sí mismo.
San Marcos está relacionado con el
león, ya que desde las primeras líneas de su
Evangelio, nos habla " de la voz que clama en el desierto"; el
cristiano debe ser un león porque el león es un animal valeroso y es como el
justo que ha renunciado a todo y no teme nada en este mundo: "El justo
estará cerrado y sin temor como un león" (11).
A San Juan se le identifica con el
águila porque el principio de su texto nos coloca
frente a la divinidad del Verbo. El cristiano debe ser un águila, pues el
águila vuela en las alturas y mira al sol sin bajar las pupilas (12), al igual
que el cristiano debe mirar de cara a las cosas eternas.
Para San Jerónimo (13), estos mismos
animales se relacionan con los cuatro momentos más importantes de la vida de
Jesucristo, que corresponden con los cuatro grandes misterios.
El hombre, símbolo de la Encarnación de
Jesucristo que nos hace saber que Jesús se hizo hombre.
El buey o toro, víctima de la Antigua Ley, hace
relación a la Pasión, pues el Redentor sacrificó su vida por la
humanidad.
El león, símbolo de la Resurrección,
esto nos remite a los bestiarios, según los cuales: "Cuando duerme, sus
ojos velan y permanecen abiertos" (14); para el Leccionario del
Arsenal, el león simboliza claramente la figura de Jesucristo en la tumba:
"El Redentor parece dormido en la muerte, como quiere la humanidad, pero
en virtud de divinidad permanece inmortal y vigila" (15).
Hay una peculiaridad del león que es imagen de la
resurrección de Cristo, y que cuenta el bestiario: "Cuando la leona da a
luz a sus cachorros, los alumbra muertos y los cuida durante tres días hasta
que al tercero llega el padre, exhala su aliento sobre la faz del cachorro y lo
resucita. Así, el Omnipotente Padre Universal, al tercer día, resucitó de entre
los muertos al Primogénito de toda criatura" (16).
El águila se relaciona con la
Ascensión de Cristo; Jesús se elevó al cielo como el águila
se remonta hasta las nubes: "La Ascensión está expresada en el vuelo del
ave que se dirige al sol sin pestañear, tal como Jesucristo resucitado"
(17).
En resumen, siguiendo lo
anteriormente mencionado, se puede afirmar que Jesús fue hombre al nacer, buey
al morir, león al resucitar y águila al ascender al cielo.
En el siglo XI, Raoul Glaber (18) establece otra correspondencia
de los Evangelistas con las virtudes cardinales, con los elementos de los
sentidos del hombre, con los ríos del Paraíso y con las épocas bíblicas de la
historia del mundo.
A Juan, que habla de la palabra, le hace corresponder
con el éter, porque la vista y el oído que sirven a la inteligencia y a la
razón remontándose al éter superior que es el más sutil de los elementos. Así,
establece una correspondencia con el Fisón, río del Paraíso cuyo nombre
significa "abertura de la boca", de la misma manera establece una
relación entre el primer período de la Biblia y la primera virtud cardinal
"desde el origen del mundo a la venganza del Diluvio la prudencia fue
reino.".
El Evangelio de San Marcos da una imagen de la
templanza y el agua que hace ver la penitencia purificadora que fluye del
Bautismo de Juan. Se relaciona con el sentido del gusto por el agua, la
templanza y con el río Geón.
El Evangelio de San Mateo se identifica con la tierra
y la justicia, muestra de una manera más clara que los anteriores la sustancia
de la carne de Cristo hecho hombre, se corresponde con el río Eufrates, cuyo
nombre quiere decir "abundancia", designa la justicia que sosiega y
reconforta al espíritu que lo desea ardientemente.
Y por último, en el Evangelio de San Lucas, hay una similitud con el aire, con
la virtud de la fortaleza y con el sentido del olfato, así se identifica con el
río Tigris, último río del Paraíso, que era habitado en sus riberas por los
asirios que son los diligentes, a su vez corresponde con Moisés y los profetas,
que siguen las prescripciones de la Ley de Dios y que están consagrados con la
virtud de la fortaleza.
En la pintura románica castellano-leonesa (19), los
cuatro seres (ángel, águila, león y toro) van a ser tomados como símbolos de
los Evangelistas.
Anteriormente nos habíamos encontrado con las
representaciones de estos animales, desligados de todo significado
cristiano. Ahora nos hallamos acompañando y enmarcando la figura de Cristo
en Majestad, creando una tipología que va a extenderse desde el siglo IV hasta
casi el Renacimiento.
Análisis iconológico: à Interpretación
del significado.
Analiza la obra en su contexto cultural intentando comprender su significado en el tiempo en que se ejecutó.
La Iglesia de San Clemente de Tahull, junto con la de
Santa María, constituye uno de los conjuntos pictóricos mejor conservador de la
pintura románica en la Península. En 1934 son trasladados al Palacio de
Montjuich, actual Museo de Arte de Cataluña.
Descrito el mural vamos a intentar comprender su
significado. Su fuente iconográfica la tenemos en
el Apocalipsis de San Juan: «Vi un trono en medio del cielo y sobre el trono
uno sentado[...]. En medio del trono y en torno al trono, cuatro seres llenos
de ojos por delante y por detrás. El primer ser es como un león; el segundo
ser, como un novillo; el tercer ser tiene un rostro como de hombre; el cuarto
ser es como un águila en vuelo.[...]. Vi también en la mano derecha del que
está sentado en el trono un libro escrito por el anverso y el reverso, sellado
con siete sellos» (Jn. 4, 2-7). Antes, en el capítulo 1 del mismo libro. San
Juan pone en boca de Cristo esta frase: «Yo soy el Alfa y la Omega, dice el
Señor Dios. Cristo se proclama el principio (alfa) y el fin (omega).
El anónimo maestro de Tahull ha sabido transmitir toda
la majestad que del texto apocalíptico emana en la figura del Cristo del
ábside, vestido como rey, coronado de luz y con ese solemne gesto de la mano
derecha que se alza ante nuestra mirada bendiciéndonos. Su rostro rebosa
solemnidad y severidad: sus ojos abiertos, expresivos; sus cejas marcadas, nos
transmiten esa sensación de que estamos ante alguien que nos mira y juzga con
rigor. Cristo sostiene el libro de los siete sellos y en él está escrito «Yo
soy la luz de mundo».
La habitual interpretación de muchos especialistas de
la Maiestas Domini (Cristo en majestad) es una iconografía al servicio del
poder (económico, político y religioso) establecido en la sociedad feudal,
a través de la cual al hombre dominado se le quiere advertir que el orden
terrestre establecido es reflejo de la voluntad divina y que un día será
juzgado con rigor por el Creador. Cristo aparece rodeado por una mandorla (luz
que emana de su ser divino) y en torno suyo aparecen los cuatro seres: el león,
el toro, el águila y el hombre, los cuales eran considerados como símbolos de
los evangelistas: el león, de San Marcos, el toro, de San Lucas, el águila
simboliza a San Juan y el hombre simboliza a Mateo. Pero en el siglo XII a
estas significaciones simbólicas se les añadieron otras: el hombre representa
la Encarnación de Cristo; el toro, su Sacrificio redentor en la cruz; el león,
su Resurrección (se afirma en los bestiarios que el león duerme con los ojos
abiertos), y el águila, su Ascensión.
Toda esta iconografía tiene, como indicamos, de fondo,
tres bandas de color azul, amarillo y negro. El azul es símbolo de la bóveda
celeste, el amarillo dorado es el color del sol y el negro es el símbolo de la
nada, de lo que no existe. La lectura iconológica de la bóveda podría ser:
Cristo, ha creado de la nada al mundo y a la luz y los evangelistas son
testigos de su vida y de su obra. Si el hombre sigue los dictados del libro
será salvado, de lo contrario, la justicia de Dios caerá sobre él.
La decoración del ábside sigue en el hemiciclo. Aquí
podemos apreciar dos niveles decorativos: uno, en el que están María, los
Apóstoles y la ventana; y otro, el más bajo, muy deteriorado. Para muchos
comentaristas, si la cuenca del ábside es el cielo, la zona intermedia es la
Iglesia, mientras que la inferior es la tierra. En efecto, los Apóstoles y
María, entre columnas y arcos, simbolizan a la Iglesia, de ahí que sostengan en
sus manos el Libro de los Evangelios. Y en medio de los Apóstoles, entre María
y Juan, la ventana. Es estrecha y alargada, ancha por dentro y estrecha por
fuera. Vemos que está decorada e inscrita bajo un arco. La ventana es símbolo
de la Luz, que se nos hace visible a través de los doctores de la Iglesia.
La composición está rigurosamente estudiada, en torno
al eje central de la vertical que forma la figura de Cristo y su prolongación
en la ventana. Todo esto envuelto en la almendra de la mandorla, cuya curva
subrayan los ángeles. Una composición que acentúa el carácter atemporal,
eterno, del mensaje que transmite.
Hay que destacar la pintura al fresco (colores
mezclados con agua aplicados sobre muro recién enlucido de cal y arena). Los
temas son iguales a los de la escultura, siendo el ábside el lugar preferente
dedicado a representar el Pantocrátor (San Clemente de Tahull, s XII, ver
imagen).
BIBLIOGRAFÍA:
GONZÁLEZ de ZÁRATE, J.M. Método
iconográfico. Vitoria. Ed. Ephialte (Institutos de estudios iconográficos),
1991.
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PANOFSKY, E. Estudios sobre iconología.
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REAU, L. Iconografía del arte cristiano,
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ALDRED, C.: El imperio de los conquistadores,
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COOK, W. W. S., Y GUDIOL, J.: "Pintura e
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FERGUSON, G.: Signos y símbolos en el arte
cristiano, Buenos Aires, 1956.
GUERRA, M.: Simbología románica, Madrid,
1978.
GUGLIELMI, N.: El Fisiólogo. Bestiario
Medieval, Buenos Aires, 1971.
LEROI-GOURHAN, A.: Prehistoria del arte
occidental, Barcelona, 1968.
SEBASTIÁN, S.: Mensaje del arte medieval,
Córdoba 1978.
SUREDA, J.: - La
pintura románica en Cataluña, Madrid, 1981.
- La pintura románica en España, Madrid, 1985.
NOTAS
(1) "Delante
del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal, y en medio del
trono y en rededor de él, cuatro vivientes llenos de ojos por delante y por
detrás. El primer viviente era semejante a un león, el segundo viviente
semejante a un toro, el tercero tenía semblante como de hombre, y el cuarto era
semejante a un águila voladora.
Los cuatro vivientes tenían cada uno de ellos seis
alas y todos en torno y dentro estaban llenos de ojos, y no se daban reposo día
y noche, diciendo: "Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el
que era, el que es y el que viene"." Ap. 4,6-8.
(2) "Miraba
yo y veía un viento huracanado de la parte norte, una gran nube con
resplandores en torno, un fuego que despedía relámpagos y en su centro, como el
fulgor del electro en el centro del fuego; aparecía en el medio la figura de
cuatro seres, cuyo aspecto era el siguiente: presentaban forma Humana pero cada
uno tenía cuatro caras y cuatro alas. Sus piernas eran rectas y sus pies
semejantes a las plantas de un buey, relucientes como bronce bruñido. Debajo de
las alas, en los cuatro lados, salían manos humanas, tenían los cuatro el mismo
aspecto y también las alas de iguales dimensiones. Sus alas estaban juntas unas
con otras; al andar no se volvían de espaldas sino que cada uno caminaba de
frente. En cuanto su semblante, presentaban cara humana, pero los cuatro tenían
cara de león a la derecha, cara de toro a la izquierda y los cuatro también
cara de águila; así, estaban sus alas desplegadas hacia lo alto, cada uno tenía
dos alas que se tocaban mutuamente y otras dos que le cubrían el cuerpo. Cada
cual marchaba de frente. iban donde el espíritu los impulsaba, sin volverse de
espaldas en su marcha.
En medio de estos cuatro seres se veían como brazos
incandescentes a modo de antorchas que se agitaban de acá para allá entre
ellos; resplandecía el fuego y del fuego se desprendían fulgores. Los seres
iban y venían lo mismo que el relámpago." Ez. 1,4-14.
"Todo su cuerpo, su espalda, sus manos y sus
alas, así como las ruedas estaban cuajadas de ojos todo alrededor, y cada uno
de los cuatro tenía su propia rueda; y estuche que a las ruedas se les daba el
nombre de "Torbellino" cada uno tenía cuatro caras. La primera era de
querubín, la segunda de hombre, la tercera de león y la cuarta de águila."
Ez. 10,12-14.
(3) "El
año primero de Baltasar, rey de Babilonia, Daniel, mientras se encontraba en el
lecho, tuvo un sueño y pasaron por su espíritu unas visiones. En seguida puso
por escrito el sueño. Comienzo de la narración. Daniel tomó la palabra y dijo:
"Veía yo en visiones durante la noche que los cuatro vientos del cielo
agitaban el mar grande. Y que cuatro bestias enormes, diversas una de otra,
salían del mar. La primera era como un león, con alas de águila. Yo estaba
mirando y vi que le arrancaron las alas, la levantaron de la tierra y la
incorporaron como un hombre, y le dieron un corazón humano.
Después de ésta apareció otra bestia, la segunda,
semejante a un oso; iba levantada de un lado y tenía tres costillas en las
fauces entre sus dientes, y se le decía: `¡Ea, devora mucha carne!' Después -yo
seguía contemplando- vi otra bestia, como un leopardo con cuatro alas de ave en
su dorso; tenía también cuatro cabezas, y le fue dado el poder. A continuación,
y siempre en mi visión nocturna, vi una cuarta bestia terrible, espantosa,
extraordinariamente fuerte. Tenía enormes dientes de hierro, comía y trituraba,
y lo sobrante lo pisoteaba con sus patas, era diferente de todas las otras
bestias que la habían precedido y tenía diez cuernos"." Dn. 7,1-7.
(4) J. Sureda, La pintura románica en España,
Madrid, 1985, p. 141.
(5) J. P. Clebert, Bestiaire Fabuleux, París,
1971, pp. 403-404.
(6) J. Pijoán, Arte del Asia Occidental. Summa
Artis, V. II, Madrid, 1963, pp. 157-158.
(7) El Arpa de Ur pertenece a la primera mitad del III
milenio, donde aparecen Gilgamesh desnudo sujetando a dos toros con cabeza
humana.
En los cilindros sellos mesopotámicos nos ofrece la
lucha de Gilgamesh contra el toro y la lucha de Enkidú contra un animal alado.
(8) Horus es hijo de Osiris, y su vengador; se le
representa con cuerpo humano y cabeza de halcón. Es la encarnación del Bajo
Egipto o Delta, en contraposición de Seth, que aparece con cabeza monstruosa
mezcla de puerco y asno. Es el asesino de su hermano Osiris y representa al
Alto Egipto.
(9) C. Aldred, El imperio de los conquistadores,
París, 1979, lám. 250.
(10) Ez.1,10.
(11) O. Beigbeder, Lexique des Symboles, Ginebra,
1969, p. 134.
(12) N. Guglielmi, el Fisiólogo. Bestiario
medieval, Buenos Aires, 1971, pp. 87-88.
(13) E. Mále, L'árt religieux du XIII siécle en
France, París, 1910, vol. 1, p. 52.
(14) N. Guglielmi, op. cit., p. 39.
(15) Leccionario del Arsenal. Lección II, cit.
por E. Mále, op. cit., p. 52.
(16) N. Guglielmi, op. cit., p. 40.
(17) Ibid., p. 87.
(18) O. Beigbeder, op. cit., p. 135.
(19) Pintura mural de San Isidoro de León, Santa Cruz de Maderuelo (Segovia), San Martín de Valdilecha (Madrid), San Pelayo de Perazancas (Palencia), San Justo y San Clemente (Segovia), San Román y Cristo de la Luz (Toledo).
Entrada en su mayoría tomada de: ORÍGENES Y FUENTES DE LA ICONOGRAFÍA DEL
TETRAMORFOS EN LA PINTURA ROMÁNICA CASTELLANO-LEONESA.-
Esperanza
Manso Martín y María Ascensión Sánchez-Rubio Sacristán
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