Para quienes me preguntan ¿para qué aprender?

"En la ignorancia del pueblo está el dominio de los príncipes; el estudio que los advierte, los amotina. Vasallos doctos, más conspiran que obedecen, más examinan al señor que le respetan; en entendiéndole, osan despreciarle; en sabiendo qué es libertad, la desean; saben juzgar si merece reinar el que reina: y aquí empiezan a reinar sobre su príncipe. [...] Pueblo idiota es la seguridad del tirano". F. Quevedo

martes, 14 de septiembre de 2021

2º BACH. Historia de España. Tema 01. Las raíces históricas de España. (Tema 24 oposición)

   2º BACH. Historia de España. Tema 01. Las raíces históricas de España. 

TEMA 1. LAS RAÍCES HISTÓRICAS DE ESPAÑA. DE LA PREHISTORIA AL FINAL DE LA HISPANIA ROMANA

1.    LA PREHISTORIA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

1.1.       El proceso de hominización

Las muestras más antiguas de la existencia de grupos de género Homo en la Península han aparecido en los yacimientos de Atapuerca (Burgos). Algunos de los restos humanos hallados allí (una mandíbula) se remontan a 1,2 millones de años. Las características de los restos encontrados en la Gran Dolina (800.000 años) han permitido a los paleontólogos determinar que se trata de una especie nueva, denominada Homo antecessor. Este Homo es, sorprendentemente, una especie parecida a la nuestra, aunque su capacidad craneal era menor. Al parecer se trataba de un antepasado común tanto para nuestra especie como para los neandertales.

Por lo que sabemos de momento, desde el Homo antecessor hasta la aparición de restos de su inmediato sucesor transcurrieron casi 500.000 años. En efecto, el Homo heidelbergensis, cuyos restos también se han encontrado en Atapuerca, vivió en la Península hace unos 350.000 años. En Atapuerta se han hallado numerosos fósiles de unos 30 individuos, entre ellos un cráneo completo y una pelvis.

Este tipo humano fue un ancestro del neandertal (Homo sapiens neandertalensis), mucho más extendido por la Península –Cova Negra (Játiva), Bañolas (Girona), Gibraltar, El Sidrón (Asturias), etc.– y que habitó en ella entre el 230.000 y el 20.000 a.C. aproximadamente. Sus características eran la robustez, la baja estatura y la elevada capacidad craneal (1.450 cm³). Era una especie bien adaptada al frío y vivían en grupos con una cierta organización social. Conocieron el fuego y practicaron ritos funerarios.

El Homo sapiens sapiens llegó a la península Ibérica hace unos 40.000 años, por lo que convivió algunos miles de años con los neandertales hasta que estos se extinguieron. No obstante, parece que nunca llegaron a mezclarse con ellos. El Homo sapiens se extendió también por toda la Península, llegando incluso a los archipiélagos balear y canario.

1.2.       Las sociedades paleolíticas

Las sociedades paleolíticas vivían de la caza, el carroñeo, la recolección de frutos y moluscos, y la pesca. Se trataba de una economía depredadora. Estas actividades obligaban a los grupos humanos a un constante nomadismo al tener que seguir a los animales. En aquel momento, la caza era abundante; poblaban la Península numerosas especies de grandes herbívoros adaptadas al clima frío y húmedo –bisontes, uros, renos, etc.

Los progresos tecnológicos permiten establecer las etapas del Paleolítico.

§  En el Paleolítico Inferior las herramientas eran de piedra trabajada toscamente.

§  En el Paleolítico Medio la talla de la piedra mejoró y apareció la especialización instrumental (puntas, raederas, cuchillos, etc.).

§  En el Paleolítico Superior aparecieron nuevos materiales –huesos, astas de animales, conchas marinas– y se perfeccionó la talla de la piedra.

Los individuos se reunían en pequeños grupos con una organización social muy elemental, aunque fue ganando en complejidad con el tiempo. Habitarían probablemente en cobijos circunstanciales y de forma temporal. Solamente a partir del Paleolítico Medio habitaron también en cuevas; para ello fue necesario primero dominar el fuego, como hizo el Neandertal.

También se han encontrado muchos yacimientos al aire libre, desde hábitats estacionales –vinculados a la trashumancia– hasta otros más permanentes.

No se sabe demasiado sobre las creencias espirituales. Parece que el primero en enterrar a los muertos fue el Neandertal, ya en el Paleolítico Medio.

Ø  El arte rupestre

Los habitantes de la península Ibérica desarrollaron durante el Paleolítico Superior (hacia el 25.000 a.C.) unas importantísimas manifestaciones artísticas en la zona cantábrica: es el llamado arte rupestre cantábrico. En España destacan las cuevas de Altamira, El Castillo y Tito Bustillo. Las pinturas se han relacionado con una motivación mágica (favorecer la caza) o religiosa (cuevas-santuarios). Los rasgos de estas pinturas son:

§  Presentan un acusado naturalismo, aunque también aparecen algunos elementos abstractos. Predominan las figuras de animales.

  §  Son pinturas policromas.

  §  No existen escenas compuestas, sino que se dibujan animales individuales.

  §  Se localizan principalmente en cuevas profundas y oscuras.

 Más tarde, entre el Mesolítico o Epipaleolítico[1] y los inicios del Neolítico (7.000-4.000 a.C.) apareció el llamado arte rupestre levantino. Se localizó en la vertiente mediterránea desde Cataluña hasta Murcia (Valltorta, en Castellón; Cogull, en Lleida; Bicorp, en Valencia, etc.).

Estas representaciones muestran modos de vida cazadores-recolectores, pero que ya estaban siendo influidas por la difusión del Neolítico. De hecho, algunas escenas plasman domesticación de animales, trabajos agrícolas, etc.

Estas manifestaciones artísticas son muy distintas a las de la zona cantábrica.

§  Son figuras principalmente humanas, pintadas de forma estilizada y esquemática y con cierto grado de abstracción.

§  Son monocromáticas o se utilizan pocos colores: ocre y negro.

§  Representan escenas muy variadas: enfrentamientos armados, cacerías, recolección de miel, danzas, etc. Suelen tener un sentido narrativo.

§  Se localizan en abrigos rocosos relativamente bien iluminados.

1.3.       Las sociedades neolíticas (5.000-2.500 a.C.)

El Neolítico se caracterizó porque los seres humanos producían su propio alimento. La agricultura y la ganadería fueron las tareas principales y aparecieron otras actividades nuevas: elaboración textil, fabricación de cerámica, pulimiento de la piedra, etc. La necesidad de vivir junto a los cultivos fomentó la aparición de poblados estables y del sedentarismo.

El origen de estos cambios se encuentra en la llegada a las costas mediterráneas de pueblos de Oriente Próximo. Desde el litoral, el proceso de neolitización se fue extendiendo al resto de la Península. Más tarde, se produjo también la llegada de influencias neolíticas a través del continente europeo.

El Neolítico peninsular se suele dividir en dos etapas:

§  En una primera fase (5.000-3.500 a.C.) los asentamientos se realizaron en cuevas y se desarrollaron fundamentalmente en la costa mediterránea, desde Cataluña hasta Andalucía –cuevas de Fontmajor (Cataluña), L´Or y Sarsa (Comunidad Valenciana), Nerja (Andalucía), Sima de la Serreta (Murcia)–. Se desarrolla la cultura de la cerámica cardial, caracterizada por su decoración impresa con conchas de berberecho (cardium edule).

§  En una segunda fase (3.500-2.500 a.C.) aparecieron verdaderos poblados que ahora se situaron en zonas más llanas y adecuadas para el cultivo. En el sureste peninsular este periodo final es conocido como cultura de Almería. Mientras, en Cataluña se desarrolló la llamada cultura de los sepulcros de fosa, caracterizada por la presencia de necrópolis.

El desarrollo de la tradición funeraria se manifestó en la aparición del megalitismo. Se trata de culturas que construían monumentos para enterramientos colectivos. En la Península predominan el dolmen, el sepulcro de corredor y el tholos –un sepulcro de corredor con una falsa cúpula.

Los cambios sociales y económicos fueron muy importantes. A la agricultura y la ganadería se unió la aparición del comercio y de la minería. Todo ello exigía una organización social más compleja, determinada por la división del trabajo y por el control del excedente alimentario. Estos factores contribuyeron al surgimiento de una primera jerarquización social.

1.4.       Las culturas de los metales

La aparición del trabajo de los metales marcó un hito tecnológico esencial. Esta etapa se ha divido en tres edades en función del metal predominante.

§  La Edad del Cobre o Calcolítico es la más antigua. En la Península comenzó en torno al 3.000 a.C. y terminó hacia el 1.700 a.C. En los yacimientos han aparecido utensilios como puñales, agujas, puntas de flecha, etc. Proliferaron monumentos megalíticos y aparecieron poblados amurallados. Las culturas más importantes fueron la de Los Millares (Almería) y la cultura del vaso campaniforme.

§  La Edad del Bronce aparece en la Península hacia el 1.700 a.C. y declina hacia el 1.000 a.C. El bronce supuso un notable avance respecto al cobre. En los yacimientos son abundantes las armas y las piezas de orfebrería. Los grupos sociales se fueron haciendo más complejos. Los poblados se agrandaron mediante un cierto ordenamiento urbanístico. Destacan las culturas de El Argar (Almería); la de los campos de urnas (valle del Ebro, Cataluña, Comunidad Valenciana), y la megalítica de las islas Baleares, representada por talayots, navetas, taulas, etc.

§  La Edad del Hierro comenzó en la Península en torno al 1.000 a.C. En esta etapa se inició el período propiamente histórico de la mano de los celtas y de los primeros pueblos colonizadores: fenicios, griegos y cartagineses.

 

2.    LOS PUEBLOS PRERROMANOS

2.1.       Los pueblos peninsulares: iberos y celtas

Durante el primer milenio se fueron conformando en la Península dos culturas distintas pero relativamente interrelacionadas: la cultura celta y la cultura ibera. El contacto entre ambos pueblos fue importante, lo que ha dado lugar a que a aquellos que habitaban en la zona central de la Península se les haya denominado celtíberos.

A su vez tuvieron contacto con otros pueblos europeos y de la zona mediterránea de los que importaron costumbres y formas de vida y con los que mantuvieron un contacto casi continuo.

Ø  Los celtas

Los celtas llegaron a la Península en los inicios del primer milenio, procedentes de Centroeuropa, y se asentaron en la Meseta norte y en el noroeste (Galicia, norte de Portugal, Asturias). Aportaron numerosos avances técnicos a la zona, como el uso de la metalurgia. Sus asentamientos más representativos fueron los castros.

Existe una dificultad importante para el estudio de los celtas debido a la escasez de las fuentes. Por esta razón, sus costumbres son bastantes desconocidas, tenemos sobre todo referencias romanas, que los presentan con formas de vida muy primitivas. Es generalmente aceptado que su sociedad se organizaba en tribus, hablaban lenguas indoeuropeas y no conocían la escritura.

La dedicación principal de los pueblos celtas era la ganadería, aunque también existían poblados de agricultores.

También existen restos arqueológicos que nos indican que fabricaban instrumentos toscos de cerámica, telas y objetos de bronce.

Ø  Los iberos

Los iberos estaban asentados en el sur de la Península y en la costa mediterránea. Se trataba de un conjunto de pueblos con muchas características comunes pero que nunca establecieron ninguna forma de unidad política entre ellos. Poseyeron, eso sí, una entidad cultural común muy destacable que se desarrolló especialmente entre los siglos VII y II a.C.

La sociedad ibera era inicialmente tribal y estaba muy jerarquizada en función del poder económico y también del militar. La casta guerrera fue muy importante, aunque nunca existió un ejército regular. Los poblados solían amurallarse y localizarse en zonas de fácil defensa.

Su economía se basaba en la agricultura y la ganadería; establecieron también relaciones comerciales profundas con griegos, fenicios y cartagineses, llegando a acuñar monedas.

Su organización política llegó a estar bastante desarrollada debido a la influencia del modelo de la ciudad-Estado, traído por los fenicios y griegos. Cada Estado podía comprender varias ciudades con sus territorios circundantes. El modelo político más frecuente era la monarquía, es decir, el poder era controlado por un rey. En algunos casos se impuso un modelo oligárquico[2]. En este caso, el grupo dominante controlaba el poder a través de distintas magistraturas o, incluso, mediante un Senado en el que todos sus miembros estaban representados, como ocurrió en Arse-Saguntum. No obstante, en la mayoría de casos predominaba la monarquía.

Igualmente su desarrollo cultural fue destacable.  

§  Conocieron y utilizaron la escritura, expresión de una lengua común pero que se escribía con diversos alfabetos. Actualmente su escritura puede leerse pero no comprenderse.

§  La religión ibera presentaba un gran eclecticismo y recibió notables influencias griegas y púnicas que se mezclaron con las creencias ancestrales de los iberos; los santuarios en plena naturaleza fueron frecuentes, pero los templos urbanos eran más escasos.

§  El arte ibero estuvo también muy influido por el de griegos y cartagineses. Especialmente significativa es la escultura, en la que destacan obras como las damas de Elche y Baza, la Bicha de Balazote, el guerrero de Moixent, etc. La temática predominante fue la plasmación de figuras humanas y de animales, tanto reales como imaginarias. Se trató de un arte figurativo en el que predominaba la funcionalidad religiosa o funeraria. Estéticamente fue más importante el detallismo que la calidad del conjunto.

Ø  Los celtíberos

En la zona de confluencia entre celtas e iberos –Sistema Ibérico, este de la Meseta, Sistema Central– surgió una cultura con características peculiares procedente tanto del mundo celta como del ibero: fueron los celtíberos. Mezclaban elementos de ambas culturas, aunque predominaba el factor celta, y su grado de complejidad social era también intermedio entre el primitivismo celta y la mayor complejidad social de los iberos.

Los que habitaban en las zonas llanas se dedicaban principalmente a la agricultura del cereal, mientras que los que estaban instalados en las áreas montañosas optaron en su mayoría por la ganadería.

Eran extraordinarios guerreros, dotados, además, de una excelente tecnología armamentística (la falcata ibera). Tanto cartagineses como romanos los incorporaron a sus ejércitos.

2.2.       Los primeros pueblos colonizadores

Desde principios del primer milenio antes de Cristo diversas potencias colonizadoras procedentes del Mediterráneo oriental se asentaron en la península Ibérica. Las razones geoestratégicas y la potencialidad económica del territorio fueron las razones de esta oleada colonizadora.

§  Los primeros que iniciaron la colonización de la Península fueron los fenicios, pueblo mercantil procedente del actual Líbano. Hacia el siglo IX a.C. fundaron la ciudad de Gadir (Cádiz) desde donde se expandieron por el territorio de la actual Andalucía y del sur de Portugal: Sexi (Almuñécar), Malaka (Málaga), etc. La posición estratégica de la zona para las relaciones comerciales –entre el Mediterráneo y el Atlántico y a un paso de África– así como la abundancia de metales explican su interés por controlar estos territorios.

§  Más tarde, hacia el siglo VIII a.C., llegaron los griegos. Fundaron algunos enclaves relativamente importantes en la parte norte de la costa mediterránea peninsular: Emporion (Ampurias), Rhode (Rosas), etc. Desde allí se establecieron en algunos puntos costeros (Hemeroscopeion, se supone que situada cerca de la actual Denia, Mainake, cerca de Málaga). Su principal objetivo era establecer relaciones comerciales para obtener metales, esparto, aceite de oliva y sal.

§  Ya en el siglo VI a.C. los cartagineses comenzaron a controlar el sur peninsular, continuando el dominio que habían iniciado los fenicios en esta zona y expandiéndolo hacia el este y el norte. Su colonización tuvo primero un carácter de búsqueda de alianzas y pactos; pero, a partir del siglo III a.C. cambió y adquirió los rasgos de una conquista militar. Para ello fundaron una serie de emporios: Ebyssos (Ibiza) –de origen fenicio– Baria (en Almería), Quart Hadasht o Cartago Nova (Cartagena), etc.

Todos estos pueblos establecieron unas relaciones de tipo colonial con los pueblos peninsulares, es decir, impusieron un dominio total sobre los territorios en los que se asentaron y establecieron lazos comerciales con los pueblos vecinos. Pero también actuaron como difusores de elementos culturales y tecnológicos más avanzados; se difundieron así técnicas como el arado, la moneda, los modelos urbanísticos, la salazón, el uso de metalurgia del hierro, etc


   3.    LA HISPANIA ROMANA

    3.1.       La conquista romana

La conquista romana fue el proceso histórico de dominio y control militar del territorio de la península Ibérica por parte de Roma. Dicho proceso fue bastante dilatado en el tiempo (218 a.C. -19 a.C.), pero logró la total integración del territorio hispánico en el Imperio romano.

      Ø  La segunda guerra púnica (218-197 a.C.)

El interés romano por la península Ibérica surgió durante el siglo III a.C. en el contexto de la segunda guerra púnica. Las guerras púnicas enfrentaron intermitentemente a Roma con Cartago por lograr la hegemonía en el mar Mediterráneo occidental entre el 264 a.C. y el 146 a.C. La victoria romana facilitó su expansión por toda esta área geográfica.

La península Ibérica era la vía de suministros del ejército cartaginés que, mandado por Aníbal, atacaba Italia. Roma decidió conquistar la Península para cortar esta ruta. El principio de la presencia militar romana se concretó en el año 218 a.C. con el desembarco de varias legiones al mando de Publio Cornelio Escipión en Emporion (Ampurias).

Desde esa fecha y hasta aproximadamente el 202 a.C. las tropas romanas no solamente derrotaron a los cartagineses, sino que también conquistaron toda la costa mediterránea peninsular, el valle del Guadalquivir y parte del valle del Ebro. Para ello atrajeron por la fuerza o mediante alianzas a los diversos pueblos iberos.

Ø  La conquista del interior peninsular (197-31 a.C.)

En esta etapa el interés romano se centró en la conquista de la zona interior –ambas Mesetas y el actual territorio portugués–. Esta vez la oposición de los pueblos peninsulares fue mayor, especialmente de los celtíberos y de los lusitanos. Ejemplo de esa dificultad fue la actuación del caudillo lusitano Viriato, quien derrotó a diversos generales romanos hasta ser vencido en el 139 a.C. También fue destacable la feroz resistencia a la conquista que presentaron algunas ciudades; el mejor ejemplo fue Numancia, cuyo asedio duró prácticamente diez años hasta ser tomada en el 133 a.C. tras el suicidio colectivo de muchos de sus defensores.

El resultado de estas guerras fue que casi toda la Península quedó bajo dominio romano. Solamente la cornisa cantábrica más occidental, de escaso interés estratégico y económico, se resistió.

Paralelamente Hispania fue escenario también de las guerras civiles que afectaron a Roma durante el siglo I a.C.

Ø  Sometimiento de los pueblos de la cornisa cantábrica (31-19 a.C.)

El sometimiento de la cornisa cantábrica se inició con las guerras cántabras (29 a.C.), que acabaron con el control más o menos efectivo de cántabros, astures y galaicos por el emperador Augusto.

De esta forma toda la península Ibérica quedaba integrada en el Imperio romano, al que perteneció durante casi cinco siglos más. En este tiempo, la impronta de la civilización romana fue poco a poco dominando todos los aspectos de la vida cotidiana de los pobladores hispanos y su historia se integró plenamente en las vicisitudes del Imperio romano. Los hispanos se sentían miembros del mundo romano y no pueblos ocupados.

3.2.       Factores del proceso de la romanización (pregunta EBAU: La romanización)

Introducción. La romanización es el proceso de transformación gradual de los pueblos prerromanos que habitaban en la Península, en ciudadanos del Imperio Romano. Este proceso consistió en la asimilación de sus costumbres, organización política, jurídica, social y, muy especialmente, la lengua (el latín). Todo este proceso de asimilación se vio favorecido por la integración de Hispania en el sistema económico del imperio y la cohesión territorial. Además fue destacable el papel del ejército como medio de integración de los indígenas y, como elemento fundamental, la extensión de la ciudadanía romana por el emperador Caracalla a todos los hombres libres en el 212 d.C. Todo este sistema llegará a su fin a partir del siglo III d.C., que iniciará un periodo de declive dentro del Imperio romano, que durará más de dos siglos y que pondrá las bases de un sistema de poder más atomizado, lo que conocemos como Edad Media. A continuación hacemos un recorrido por cada uno de los aspectos que más contribuyeron a la romanización de la península Ibérica.

Organización político-administrativa

Antes de que toda la Península estuviese conquistada militarmente, los romanos comenzaron a aplicar sus criterios de organización administrativa y delimitación política del territorio. Como consecuencia de esta política, el espacio hispánico fue dividido en diversas circunscripciones para su mejor administración y control. Estas circunscripciones fueron las provincias. Cada una de ellas estaba dirigida por un pretor asesorado por el Consilium. Se subdividían en conventos jurídicos como centros judiciales. Para la cuestión hacendística estaba el cuestor, que elaboraba el censo que controlaba los impuestos.

Había dos tipos de provincias: senatoriales (controladas por el Senado romano) o imperiales (controladas por el emperador). Su número fue evolucionando a lo largo de la dominación romana. Inicialmente fueron dos provincias:

§  la Citerior (la zona más cercana a Roma –costa mediterránea y valle del Ebro–)

§  la Ulterior (la zona más lejana a Roma –valle del Guadalquivir y parte occidental de la Península–)

Tras la dominación de todo el territorio, en la época de Augusto (27 a.C.) se crearon tres provincias: Bética, con capital en Corduba; Lusitania, con capital en Emerita Augusta, y Tarraconense, con capital en Tarraco. Posteriormente, en el siglo IV d.C. se subdividió en cinco provincias: TarraconenseCartaginenseBéticaLusitania y Galecia. Aún se añadieron dos posteriormente, la Baleárica y la Mauritana-Tingitana.

Ø  Vías de comunicación 

Con el objeto de controlar su amplio territorio, Roma se dotó de una excelente red de comunicaciones. En Hispania las vías principales eran la vía Augusta (conectaba la franja mediterránea con Roma), la vía de la Plata (unía Hispalis con Emerita Augusta y Asturica Augusta) y la vía Transversal (unía Emerita Augusta con Caesaraugusta atravesando toda la Meseta). Estas calzadas se convirtieron en ejes comerciales, pues enlazaban zonas y ciudades del interior entre sí y éstas con los puertos. Numerosos puentes de la época permitían salvar los obstáculos naturales por donde transcurrían las carreteras romanas.

Ø  La ciudad

En el mundo romano las ciudades se convirtieron no sólo en centros político-administrativos, sino también económicos, sociales, culturales, etc. Se revitalizaron las ciudades fundadas por los colonizadores y los indígenas, y nacieron otras nuevas. Pero no todas poseían el mismo status. Podemos distinguir varios tipos de ciudades:

§  Colonias: son fundaciones romanas a imagen de la Urbe como Barcino, Tarraco, Emerita Augusta, Cesaraugusta, Bilbilis, Hispalis, Italica. Muy populosas algunas, en ellas se elevaban multitud de edificios administrativos, teatros, coliseos, acueductos y otros de utilidad pública.

Entre las ciudades indígenas podemos distinguir entre:

§  Ciudades estipendiarias: tomadas por la fuerza, por ello estaban obligadas a pagar un estipendio o tributo, y sometidas fuertemente al pretor, máxima autoridad romana.

§  Federadas: conservaban sus derechos, pero estaban obligadas a prestar auxilio a Roma y facilitar víveres para el ejército.

§  Inmunes: disfrutaban de gran autonomía y estaban exentas[3] de pagar impuestos.

Ø  Organización económica. -

El aumento de la producción agrícola y del comercio redundó en un crecimiento de la población peninsular (7 millones de habitantes). La tierra era símbolo de prestigio y riqueza. Se crearon grandes latifundios en manos de la aristocracia senatorial y se repartieron tierras entre colonos (antiguos soldados, por lo común, de origen italiano), lo que supuso un crecimiento de la producción agrícola (basada en la triada mediterránea: trigo, vid y olivo). Aumentaron los regadíos (canales de Murcia y de Valencia), utillaje agrícola más moderno, nuevas técnicas de cultivo (abonos, rotaciones). Hispania se convirtió en colonia comercial respecto a la metrópoli y exportaba al resto del Imperio vinos, aceite de oliva, minerales y esclavos. A cambio, importaba productos manufacturados: cerámica, tejidos y objetos de lujo. Las ricas minas peninsulares pasaron a propiedad del estado, entre ellas destacaban las del oro del Noroeste, plomo de Sierra Morena, plata y cobre de Cartagena, cobre de Riotinto y mercurio de Almadén.

Ø   Organización social

El Imperio romano era una sociedad esclavista muy jerarquizada y con distintos grados de derechos políticos y jurídicos. Entre la población libre encontramos:

§  el orden senatorial, que eran ciudadanos romanos dueños de grandes latifundios y muy ricos.

§  el orden ecuestre caballeros, procedentes en su mayoría de las aristocracias de los pueblos sometidos y que controlaban los cargos políticos locales y provinciales. Tenían propiedades de tamaño medio o eran comerciantes y manufactureros.

§  la plebe, que era el grupo más bajo de los hombres libres y estaba formado por pequeños propietarios agrícolas, artesanos y trabajadores libres.

Después encontramos a los esclavos, que estaban por debajo de todos los demás, puesto que no tenían derechos ni eran libres. Procedían en su mayoría de los ejércitos vencidos por Roma.

No obstante, siendo libres, no todos poseían los mismos derechos. Hay ciudadanos romanoslatinos y súbditos del Imperio. Conforme avanza el tiempo, tienden a unificarse, culminando este proceso por la  Constitutio antoniniana (Caracalla, 212 d.C.), que concede la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del Imperio.

Ø  Asimilación de la cultura romana

La dominación romana de Hispania supuso que su cultura, sus costumbres, sus leyes y su religión se impusieran sobre los pueblos autóctonos.

El latín y su uso se extendió por todo el territorio, pero especialmente en las zonas meridional y mediterránea. Su difusión le permitió imponerse sobre las lenguas autóctonas que, no obstante, no desaparecieron totalmente. De él derivarían nuestras lenguas, y sólo el vasco, atrincherado tras las montañas del norte, pudo pervivir como lengua no romance. Algunos relevantes autores latinos fueron de origen hispano: Mela (geógrafo), Séneca (filósofo) o Lucano (historiador).

El uso del derecho romano se extendió por toda la Península. Su empleo no solamente regulaba las relaciones privadas, sino también las instituciones políticas y su funcionamiento. Sirvió para cohesionar la sociedad y difundir los principios de justicia y convivencia. Todavía hoy es uno de los fundamentos del derecho occidental.

La dominación romana impuso también las creencias religiosas propias del Imperio romano. Se respetaron las creencias locales, pero era obligado el culto al emperador y a los tres dioses de Roma: Júpiter, Juno y Minerva (la Triada Capitolina). Más tarde, a partir del siglo III d.C., se difundió también el cristianismo en Hispania. En un principio los cultos cristianos fueron perseguidos porque sus fieles se negaban a adorar a los dioses romanos y, sobre todo, a dar culto al emperador. Pero el Edicto de Milán (313 d.C.) decretó la libertad religiosa y reconoció legalmente el cristianismo, que pasó a convertirse en la iglesia oficial del Estado con el emperador Teodosio I en el año 380.

También podemos observar restos del dominio romano en infinidad de obras públicas, como los acueductos (Segovia), las murallas (Lugo), los puentes (Alcántara), los teatros (Mérida, Sagunto, Cartagena), los anfiteatros (Itálica), los monumentos funerarios (Torre de los Escipiones), los arcos de triunfo (Bará, Medinaceli) o los templos (de Diana en Mérida).

Ø  La crisis del siglo III

Durante el siglo III el Imperio Romano entra en un periodo de crisis en todos los ámbitos debido a la dificultad de administrar territorios tan amplios. Los elementos que caracterizaron esta crisis fueron: debilitamiento del poder imperial (emperadores militares), con la consiguiente autonomía de los gobernadores provinciales, revueltas campesinas, guerras civiles localizadas, presión de los pueblos bárbaros, etc.

Las causas políticas y militares pueden mostrarse a través de la acción de Diocleciano, que intentó atajar la crisis mediante una nueva división territorial-administrativa, pero el enorme peso impositivo del estado llevó a los grandes propietarios rurales a huir a sus villas (Ruralismo). Las ciudades comenzaron a decaer y, debido a la inseguridad reinante, el pueblo buscó la protección de esos terratenientes a cambio de entregarles sus tierras y trabajo. Es el sistema de colonato, antecedente del feudalismo. Esta ruralización atentaba contra las bases del Imperio y de todo el sistema esclavista que lo caracterizó (los esclavos ya no son rentables y el Cristianismo además critica su existencia). Paralelamente a este proceso, los pueblos germanos (bárbaros) van infiltrándose en el territorio imperial, pacíficamente unas veces (como federados de Roma) o de forma violenta.

Entre las causas económicas es destacable la escasez de mano de obra esclava como consecuencia de la finalización de las guerras de conquista. Paralelamente, las incursiones de los pueblos bárbaros cortaron las relaciones comerciales. Las ciudades se resintieron y comenzaron a despoblarse.

Como conclusión podemos decir que la conjunción de todos estos factores minó la cohesión y fortaleza del mundo romano, que se había conseguido a través del proceso de romanización. La consecuencia de esta situación fue un imperio atomizado sin una autoridad central fuerte capaz de mantener la unidad y de defender las fronteras. Estamos asistiendo al final de una época histórica de desarrollo y crecimiento, en donde la península Ibérica participó a través de la asimilación de las costumbres romanas. Comienza ahora una etapa involutiva de la historia de hombre, caracterizada por un retroceso en todos los campos, dominados por el secretismo de la religión y el abandono de estructuras de gobierno complejas. La Edad Media sienta sus bases en el declive del mundo romano e inicia un conjunto de cambios que afectarán al territorio de la Hispania romana.

4.    EL REINO VISIGODO

Introducción. Los visigodos eran un pueblo germano que provenían del norte del valle del Danubio pero, en el siglo IV, la presión de los hunos hizo que penetraran en tierras del Imperio romano. A principios del siglo V, los visigodos se vieron implicados en las guerras civiles romanas y asolaron la península Itálica. Finalmente, el emperador Honorio logró que se establecieran al sur de la Galia como aliados. Allí crearon el reino visigodo de Tolosa

Cuando Roma quiso expulsar de la península Ibérica a suevos, vándalos y alanos tuvo que acudir a las tropas visigodas asentadas en la Galia, porque el imperio ya no tenía fuerza militar suficiente para hacerlo por sí mismo. En el 416 los visigodos penetraron en Hispania y derrotaron a los alanos y a los vándalos, volviendo después a la Galia.

Hacia mediados del siglo V, los visigodos volvieron a entrar en la Península para luchar contra los suevos, que quedaron relegados a la zona noroeste de la Península. El resto del territorio, con la excepción de la cornisa cantábrica, fue incorporado al reino de Tolosa.

A principios del siglo VI, los visigodos, tras ser derrotados por los francos, abandonaron la Galia y se instalaron definitivamente en la península Ibérica, donde se creó el reino visigodo de Toledo.

Los visigodos, a pesar de contar con el poder político, eran una minoría social en comparación con la mayoría de la población hispano-romana. Con el tiempo se produjo un proceso de asimilación, por el que los visigodos se fueron mezclando con la nobleza autóctona.

4.1.       Evolución política del reino visigodo

La monarquía visigoda era electiva, es decir, los nobles visigodos elegían de entre ellos a cada nuevo rey. Este hecho creó una acusada inestabilidad política, pues los enfrentamientos entre la nobleza por hacerse con la corona fueron frecuentes. A mediados del siglo VI, las luchas por el trono entre los nobles provocaron una debilidad que fue aprovechada por las tropas bizantinas para conquistar una ancha franja del sur y del sureste peninsular.

Pero esta situación comenzó a cambiar a partir del reinado de Leovigildo (569-586).  Su política se dirigió a controlar todo el territorio peninsular y conseguir la unidad territorial; para ello conquistó el reino suevo (585), redujo el territorio en poder de los bizantinos a una franja litoral –la expulsión total llegó el año 620– y sometió parte del territorio controlado por cántabros y vascones.

Leovigildo promovió otras iniciativas importantes, como la fundamentación del Estado en el derecho romano, la integración entre hispano-romanos y visigodos mediante la supresión de los obstáculos legales a los casamientos mixtos.

Quiso lograr también la unidad religiosa ente los visigodos, que eran arrianos[4], y los hispano-romanos, que eran católicos. Pero fracasó. La unidad religiosa se produjo bajo el reinado de su hijo Recaredo, quien se convirtió al catolicismo en 589 junto a la mayoría de los nobles. Con esta medida logró el apoyo de una Iglesia cada vez más poderosa.

El proceso de unificación de las dos poblaciones culminaría en el reinado de Recesvinto (653-672) con la unidad legislativa, cuando se promulgó un único código judicial para todos los habitantes de la monarquía: el Liber Iudiciorum (654).

Desde finales del siglo VII, la inestabilidad de la monarquía aumentó. Las luchas nobiliarias por obtener la corona fueron continuas y debilitaron el poder real. En el contexto de uno de esos enfrentamientos –entre los partidarios de Witiza y los de Don Rodrigo– se produjo la llegada de los árabes a la Península (711), llamados por los primeros. La entrada de los musulmanes significó el final de la monarquía visigoda.

4.2.       Las instituciones políticas

Los reyes visigodos gozaban en teoría de gran poder, pero lo compartían con otras instituciones de gobierno. La más importante fue el Aula Regia, que era una asamblea consultiva formada por la aristocracia visigoda.

A partir de la unificación religiosa con Recaredo, se creó la otra gran institución de gobierno del reino visigodo: los Concilios[5] de Toledo. Tras la conversión de los reyes al catolicismo, los concilios adquirieron un gran peso político y asumieron funciones legislativas, participando en ellos la nobleza y el rey. La Iglesia se convertía en la legitimadora de la monarquía.

4.3.       Los fundamentos económicos y sociales

La sociedad visigoda era esencialmente rural como consecuencia de los efectos de la crisis final del Imperio romano; las ciudades se hallaban en plena decadencia y la crisis del comercio había fomentado la autosuficiencia. La tierra, que era el factor que determinaba la riqueza, estaba mayoritariamente en manos de la nobleza, tanto visigoda como hispano-romana. Los nobles, a menudo, arrendaban las tierras a campesinos libres –colonos–. También abundaban los esclavos y los siervos.

La debilidad del Estado visigodo hizo que sus funciones fueran sustituidas por las relaciones personales. Muchos pequeños propietarios buscaron la protección que les ofrecían los nobles, capaces de disponer de tropas propias. A cambio debían ceder sus propiedades o trabajar para ellos. Al mismo tiempo, la monarquía solía pagar con tierras los servicios prestados por la nobleza. Con todo ello la nobleza fue ganando poder. Se estaban gestando los rasgos del modelo social feudal.


[1] Mesolítico o Epipaleolítico: Período prehistórico intermedio que marca la transición entre el Paleolítico y el Neolítico.

[2] Oligarquía: Forma de gobierno en la cual el poder político es ejercido por un reducido grupo de personas que pertenecen a una misma clase social.

[3] Exento: no estar obligado al pago de algo

[4] Arrianismo: corriente del cristianismo que sigue Arrio (256-336), que era un obispo del norte de África, que consideraba que Jesús de Nazaret no era Dios sino una creación de este. De este modo, Jesús solo sería un hombre y estaría desprovisto de cualquier naturaleza divina. A partir del Concilio de Calcedonia (381) esta doctrina fue considerada una herejía en el mundo católico.

[5] Concilio: asamblea o reunión de los obispos de la Iglesia católica que tiene capacidad para definir e interpretar la doctrina religiosa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario