HISTORIA DE ESPAÑA. TEMAS EBAU UNIVERSIDAD DE MURCIA.
SIGLO XIX.- TEMA 39: REVOLUCIÒN LIBERAL EN EL REINADO DE ISABEL II. CARLISMO Y GUERRA CIVIL. CONSTRUCCIÓN Y EVOLUCIÓN DEL ESTADO LIBERAL.
INTRODUCCIÓN.
Entre 1833 y 1868 se produce el triunfo de la revolución liberal burguesa en España. Fue un proceso largo, complejo y violento por la resistencia del absolutismo. Los cambios fueron visibles. En lo político con constituciones, limitación del poder regio, partidos políticos, elecciones, etc. En lo económico con la aparición de estructuras capitalistas que modifican la propiedad de la tierra (desamortizaciones), con la aparición de la industria y la banca moderna, con el desarrollo de la minería y con la emigración a las ciudades. En lo social con la aparición de una sociedad de clases en la que la burguesía, enriquecida por las desamortizaciones, la industria, el comercio y las actividades financieras, se convierte en la clase dominante.
La inestabilidad de
este período se explica por la existencia de diferentes partidos. El Partido
Moderado representa los intereses de la nobleza, el clero y alta burguesía
(grandes empresarios y terratenientes). Defiende los poderes del rey, el sufragio
censitario, al clero y a la Iglesia, la restricción de los derechos y el
proteccionismo económico. Sus líderes fueron Martínez de la Rosa, Bravo Murillo
y el general Narváez. El Partido Progresista representa a las clases
medias urbanas e intelectuales. Defienden la idea de soberanía nacional, la
ampliación de los derechos ciudadanos, la extensión del sufragio, la limitación
del poder del rey, la libertad de cultos y el liberalismo económico. Progresistas
fueron Mendizábal, Calatrava, Madoz y el general Espartero. Otros partidos
fueron la Unión Liberal del general O´Donell, de centro-derecha (con protagonismo
al final del reinado de Isabel II), el Partido Demócrata (escisión del
progresismo que defiende el sufragio universal) y de él nacerán los republicanos.
Contrarios al sistema se sitúan los Carlistas, que engloban a una parte
de la nobleza rural, a gran parte del clero y a una amplia base campesina de
las zonas rurales del País Vasco, Navarra y parte de Cataluña, Aragón y
Valencia. Sus lemas son "Dios, Patria, Rey y Fueros", defienden la
legitimidad de la monarquía absoluta, la preeminencia de
DESARROLLO.
En 1833 muere Fernando VII. La Pragmática Sanción, que eliminaba la Ley Sálica, da inició
a la Regencia de María Cristina
(1833-1840). Isabel tenía 3
años. El hermano del rey, D. Carlos reclama
sus derechos dinásticos (Manifiesto de Abrantes) y se autoproclama
rey. Comienza la Primera
Guerra Carlista (1833-40) que enfrentó al bando isabelino (respaldado por las clases medias urbanas y los
empleados públicos, la alta burocracia, mandos del ejército, jerarquía
eclesiástica, alta nobleza y grandes burgueses, así como por los liberales) con
el bando carlista, defensor del absolutismo, de
la Iglesia y de los fueros, apoyado por el clero más tradicional y los pequeños
campesinos de las Vascongadas, Navarra, Aragón y la Cataluña interior afectados
las medidas del liberalismo económico.
En una primera
fase la guerra fue favorable a los carlistas, gracias al conocimiento
del terreno. Tras el fracasado sitio de Bilbao (1835) y la muerte de Zumalacárregui
la dinámica cambio. La guerra se extendió a zonas catalanas y valencianas. Los
carlistas intentaron romper su aislamiento mediante expediciones al sur, pero
sin apoyo los núcleos carlistas permanecieron inconexos. Su agotamiento provocó
su división entre intransigentes, partidarios de seguir la guerra, y moderados.
Las negociaciones entre Maroto y Espartero culminaron en el Abrazo
de Vergara (1839) que marcó el fin de la guerra. El acuerdo buscaba la
reconciliación, por eso facilita la reinserción de los oficiales carlistas en
el ejército español y mantiene los fueros vascos y navarros. La
resistencia carlista quedó limitada al Maestrazgo donde Ramón Cabrera resiste hasta
que mayo de 1840 Espartero toma
Morella, último foco carlista.
Entre 1833 y 1835, para contar con el apoyo de
los liberales, la regente nombró jefe de gobierno al moderado Martínez de la Rosa. Se abolieron los
gremios, se liberalizó el comercio y la industria y se redactó una Carta Otorgada
(Estatuto Real de 1834). El
descontento progresista provocó una serie de revueltas que llevaron al gobierno
a Mendizábal (1835), quien dio paso
a la Desamortización Eclesiástica, a la reorganización administrativa y a la Constitución de 1837, que si bien imponía
el principio de soberanía nacional, una
amplia declaración de derechos (libertad de prensa, de opinión, de asociación,
etc.) la división de poderes y la ausencia de confesionalidad católica del
Estado), en contrapartida aceptaba del liberalismo doctrinario (conservador) el
poder moderador de la Corona, mantenía una cámara alta (Senado) de carácter conservador
y un sistema electoral censitario muy restringido (entre el 2 y el 4% de la
población con derecho a voto).
La victoria electoral de los moderados en 1837, con apoyo de María Cristina,
provocó nuevas revueltas progresistas. Mª Cristina renuncia y se nombra regente
a Espartero,
quien durante su Regencia
(1840-1843) gobernó de manera autoritaria. La dura represión
(bombardeo de Barcelona) para reprimir las protestas por el permiso concedido a
la importancia de algodón inglés, le granjeó una fuerte oposición incluso
dentro de su propio partido, por lo que tuvo que dimitir y exiliarse. Ante las
dificultades de encontrar otro regente, las cortes proclaman reina a Isabel
II en 1843 con tan solo 13 años, comienza así la etapa de la mayoría de edad de ISABEL II (1843-1868).
Los moderados liderados por Narváez gobernaron durante la década moderada (1844-1854). Se sientan las bases del estado
liberal. Se elabora la Constitución de 1845
que recoge las ideas del moderantismo:
rechazo de la soberanía nacional, sustituida
por la soberanía conjunta del Rey y las Cortes; ampliación de los poderes de
la reina frente a las Cortes (nombrar ministros, disolver las Cortes y nombrar
miembros del Senado); exclusividad de la religión católica y mantenimiento de
su culto y clero; Ayuntamientos y Diputaciones sometidos a
El descontento progresista, liderado por O’Donell, provocó un levantamiento
en Vicálvaro (1845) y la elaboración del Manifiesto de Manzanares de
Cánovas del Castillo. Comienza el bienio progresista
(1854-1856). La reina llamó a Espartero, quien intentó restablecer
los principios de la Constitución de 1837, reanudó las desamortizaciones
(Madoz, 1855) y fomentó la construcción del ferrocarril. Las medidas fueron
insuficientes y la tensión social (revueltas obreras en Barcelona y campesinas
en Castilla) provocan su dimisión en 1856.
Se inicia una época
de alternancia entre unionistas y moderados (1856-1868). O’Donell (Unión
Liberal) pretende mantener el orden y continuar con las medidas progresistas,
pero Isabel apoya a los moderados y da el gobierno a Narváez, que pone fin a
las desamortizaciones y a las reformas progresistas. A partir de 1866 la
tensión social, el avance obrero y el descrédito de la monarquía fomentado por
la grave crisis económica y financiera, generan fuertes revueltas. En el
Pacto de Ostende las diferentes tendencias progresistas y demócratas se unen.
A la muerte de Narváez y O’Donell, estalla la revolución de 1868, lo que aprovecharan
para forzar la marcha de la reina.
CONCLUSIÓN: El reinado de
Isabel II abrió la puerta al liberalismo en España. Fue el primer reinado en el
que se impusieron los principios plenamente liberales, aunque a veces fue muy
restringido. También se realizó un intento de modernizar el país a través de
las desamortizaciones, el comienzo de la industrialización y la implantación
del ferrocarril. No obstante, el paso hacia el liberalismo fue lento y
tortuoso, siempre con un claro dominio moderado, y las reformas emprendidas no
sirvieron para acabar con los problemas del campo ni con la precaria situación
de los trabajadores. Por ello, el descontento de la sociedad y de los liberales
progresistas abrió paso a la Revolución de 1868 y a la caída de la dinastía
borbónica.
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