TEXTO 1: La profecía apocalíptica
y el milenarismo
“Nos hallamos en presencia de una situación paradójica: a mediados
del siglo X y durante todo el siglo XI tenemos pruebas categóricas o señales
importantes de la creencia en el fin del mundo: en los años inmediatamente
anteriores al año mil y durante el año mil ya no las hay. Al parecer, el
momento decisivo dejó indiferentes a los hombres.
¿Debemos creer, con Pfister, que lo que yo he llamado, con palabra
un poco fuerte, un poco dramática, la crisis del siglo X no era más que una
pequeña y oscura herejía, combatida con éxito por la Iglesia? ¿ Debemos creer
que la obsesión del fin del mundo o más bien el miedo al Juicio Final había
acabado por separarse del cálculo agustiniano del milenio, en fin, que se podía
y hasta se debía seguir leyendo el Apocalipsis de Juan y temiendo su terrible
cumplimiento sin adherirse a las doctrinas milenaristas?
No creo que los terrores del siglo X se puedan interpretar como
una herejía propiamente dicha. La Iglesia ha podido tratarlos como tales, pero
corresponden a un estado de espíritu más o menos constante en ciertos
estamentos de la Edad Media, mientras que otros estamentos de la misma época
pensaban, sentían y obraban de otro modo.
En la historia hay elementos racionales y elementos irracionales.
A los primeros corresponden los fenómenos de estructura, las
grandes combinaciones políticas y económicas, ciertos movimientos bien
definidos del pensamiento.
Los segundos nos hacen
penetrar en regiones de la vida humana mucho menos definidas, mucho menos
fáciles de analizar, porque los valores afectivos viven en el eterno crepúsculo
de los instintos.” FOCILLÓN, H.: El año mil. Alianza. Madrid, 1966, p. 81 –
82.
TEXTO 2. Iconografía
de la visión apocalíptica
“Tomando como punto de partida el iconograma de la Maiestas Domini se desarrolla, a
partir del siglo V, otro tema iconográfico inspirado en la visión del Apocalipsis.
En él confluyen varios elementos: a la imagen mayestática de
Cristo se unen los símbolos del Tetramorfos
y el grupo de los veinticuatro ancianos.
A veces el conjunto se complica con la mezcla de otros elementos tomados de las
visiones de Ezequiel e Isaías. El modelo conseguido se convirtió en el motivo
escatológico más importante del arte cristiano, y en la visión de la Segunda
Parusía más representada hasta finales del siglo XII. En la difusión del tema
tuvo un papel destacado la orden de Cluny.
El románico, para la imagen de Cristo, parte de la figura del Pantocrátor bizantino del que toma el
doble gesto de bendecir con la mano derecha al tiempo que apoya la izquierda
sobre el libro abierto. El modelo se modifica en algunos elementos de detalle:
por ejemplo, es frecuente verle sentado en un trono de cuyo asiento o respaldo
sobresalen dos cabezas de león, posible alusión al trono de Salomón, la Sedes Sapientiae: «tenía el trono seis
gradas, y lo alto del trono por el respaldo era redondo, y por uno y otro lado
salían dos brazos que sostenían el asiento, y junto a cada uno de estos brazos
había dos leones». La indumentaria de la realeza occidental, incluida la corona
real o imperial de que, en muchas ocasiones, va dotado el Todopoderoso, termina
de dar al Cristo apocalíptico una fisonomía que, aparte de sus connotaciones
religiosas, era utilizada como imagen de justicia inapelable y símbolo de un
terror latente.
En fin, la Visión apocalíptica es la segunda Parusía, la venida de
Cristo al final de los tiempos, imagen heredera de un largo pasado que alberga
significaciones múltiples y diversas, entre las que van implícitas las ideas
escatológicas de resurrección de los muertos —de aquí que sea un tema
representado en los sarcófagos— y Juicio final y de exaltación de la Iglesia
triunfante.”
CANA, F.: Iconografía del románico burgalés. Universidad
Complutense. Madrid, 1992, pp. 144-145.
TEXTO 3:
El siguiente texto es un fragmento de un sermón pronunciado por el
monje cisterciense Helinaut de Froidmont. Léelo atentamente y responde a las
preguntas.
“Pero alguien
me dirá: «Vosotros los cistercienses, aunque habéis dejado todo e hicisteis
profesión de austeridad y pobreza, ¿por qué construís edificios tan caros y
superfluos? Podríais, incluso deberíais, dejarlos y dar su equivalente a los
pobres, puesto que tales edificios se hacen para pobres». Es que se hacen no
solo para pobres del tiempo presente, sino para quienes van a ser pobres en el
futuro. Alguno insistirá: «Pero podían ser edificios más sencillos». Son
edificios dispendiosos pero necesarios. Porque lo que es dispendioso no por eso
es superfluo. Pero, además, ¿qué hay en ellos que sea curioso? ¿Dónde hay
pinturas o esculturas, o columnas que nada sostienen? ¿Qué hay en ellos que no
sea necesario?”
Juan PLAZAOLA: Historia y sentido del arte cristiano. Madrid,
Biblioteca de Autores Cristianos, 1996, págs. 401-402.
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