CARLOS III, el
rey más aburrido de Europa.
Rutinario,
discreto, austero… Carlos III hizo de la corte española la más aburrida de
Europa. Pero también equilibró las arcas, favoreció a las clases populares y
construyó edificios como el Museo del Prado. El escritor Juan Eslava Galán
repasa la figura del “rey tranquilo”.
Su Católica Majestad es consciente de
que la armadura de acero con que el pintor lo retrata desentona notablemente.
Carlos III nunca vistió armadura alguna ni tuvo más contacto con las armas que
el propio de su afición a la caza, que practicó hasta con exceso.
Conviene recordar que Carlos III, que
vino al mundo en Madrid el 20 de enero de 1716, era hijo de Isabel de Farnesio,
la segunda esposa de Felipe V, nuestro primer Borbón. Lo precedían en la línea dinástica sus hermanastros Luis y Fernando
(habidos de María Luisa Gabriela de Saboya, primera esposa del rey), por lo que
parecía improbable que algún día pudiera reinar en España.
Consciente de ello, la ambiciosa y dominante
Isabel de Farnesio orientó la política exterior española para colocar a sus
hijos en Italia y le consiguió al joven Carlos el ducado de Parma y
posteriormente los reinos de Nápoles y Sicilia. Hijo devoto y obediente, Carlos
contrajo matrimonio con la esposa escogida por su madre, que fue María Amalia
de Sajonia, con la que vivió un matrimonio sin sobresaltos. Tuvieron trece
hijos (de los que sobrevivieron siete). El día en que ella murió, pudo
declarar: «Este es el primer disgusto que me da». Viudo a los 44 años, se
desentendió del sexo y no volvió a conocer mujer.
En el cuarto de siglo que gobernó Nápoles,
Carlos se rodeó de funcionarios eficaces que, sin lesionar los intereses de la
nobleza dominante, favorecieron a las clases populares con un gobierno eficaz
que desarrolló notablemente la agricultura, la industria y el comercio.
María
Amalia de Sajonia con 14 años contrajo matrimonio con Carlos, entonces rey de
Nápoles y Sicilia. En 1760, dos años después de su llegada a España, murió de
tuberculosis
Carlos se hizo querer por el pueblo.
Cuando heredó el trono español, tras el fallecimiento de su hermanastro
Fernando VI, los napolitanos lo despidieron con muestras de pesar y aceptaron
de muy buena gana el traspaso de la corona a su hijo Fernando.
En lo personal, Carlos III fue un
burgués de vida reglada y morigerados hábitos, amante de la buena
administración, del sosiego y de las apacibles rutinas. Durante su reinado, la
corte española mantuvo una acreditada fama de ser la más aburrida de Europa.
Pasaban los decenios y, del mismo modo que su sastre no tenía que alterar las
medidas de sus casacas, su mayordomo tampoco tenía que salirse de la rutina
establecida: el rey se levantaba temprano, oía misa, desayunaba una jícara de
chocolate y se ocupaba el resto de la mañana en labores de oficina y en recibir
los informes de sus competentes ministros. Llegada la hora del almuerzo, comía
en la misma vajilla y usando los mismos cubiertos. El cocinero se atenía a la
media docena de platos que agradaban al rey. Tras el almuerzo, Carlos sesteaba
(solo en verano) y después pasaba la tarde cazando por los montes del Pardo, su
gran y casi única pasión. A lo que parece la afición cinegética del rey, con el
ejercicio físico que comporta, encerraba algo de terapia, pues Carlos temía que
una vida menos ordenada y deportiva reprodujera en él las taras genéticas de la
familia: su padre, Felipe V, había sido un depresivo que
desarrolló un trastorno bipolar; su hermano, Fernando VI, padeció demencia
progresiva; y su propio hijo Felipe Antonio era deficiente mental.
En días de lluvia pasaba el resto del día dedicado a algún ejercicio manual. Al
parecer, encontraba muy entretenido tornear palos de sillas.
Hemos de advertir que para la nobleza
española cualquier trabajo manual era una deshonra. Carlos III se esforzaba en
dar ejemplo de lo contrario. Incluso emitió un real decreto, en 1783, en el que
declaró que el trabajo manual no deshonra. Trabajo baldío: a la postre no
consiguió que trabajaran ni los nobles ni los mendigos, las dos clases más
improductivas y numerosas del reino. También fracasó en su proyecto de arrestar
a todos los gitanos del reino y ponerlos a trabajar en labores del Estado.
Un hombre de
orden
Monarca ilustrado y reformista («todo
por el pueblo, pero sin el pueblo»), Carlos III se fijó dos objetivos. orden y
buena administración, nada de dispendios inútiles, y paciente eliminación de
los estorbos y antiguallas que atoraban las acequias del progreso,
especialmente los privilegios medievales de la Iglesia y de la nobleza
absentista (las llamadas ‘manos muertas’).
Sanear las arcas
El reinado de Carlos en España fue
tan benéfico como en Nápoles. También es cierto que encontró un país bien
encaminado por los excelentes ministros del reinado anterior, a muchos de los
cuales confirmó en sus cargos. Después de dos siglos de guerras continuas,
España había vivido un periodo de paz de trece años que lo ayudó a recuperar
los pulsos y sanear la maltrecha economía. Era la primera vez, en siglos, que
la monarquía salía de los números rojos.
El benéfico monarca protegió la
agricultura recortando los abusivos privilegios de la Mesta, la omnipotente
sociedad ovejera, e instituyendo el libre comercio de granos. Además, impulsó
la investigación de cultivos experimentales en las huertas reales de Aranjuez.
En cuanto a las industrias, fundó una serie de manufacturas nacionales que
suministraran al Estado y a la sociedad los productos necesarios para su
defensa y desarrollo (cañones, armas, herramientas, pólvora, porcelana, cristal,
tapices…). Finalmente impulsó el comercio colonial mediante la formación de
grandes compañías y liberalizó el comercio con América.
Uno de los mayores problemas de
España, que se venía arrastrando desde hacía un siglo, era su pobreza
demográfica. Carlos III impulsó la natalidad y trasplantó colonos extranjeros a
las regiones despobladas, especialmente Sierra Morena, donde el bandolerismo
dificultaba las vitales comunicaciones entre Madrid, la capital, y Cádiz, el
puerto más importante del comercio americano. Finalmente protegió las artes y
las ciencias con su apoyo a las Sociedades Económicas de Amigos del País.
En la política exterior, el reinado
de Carlos fue menos afortunado. Au nque era amante de la paz, se vio implicado
muy contra su voluntad en la guerra familiar de los Borbones franceses contra
la rapaz Inglaterra, a la que tuvo que ceder la Florida, pero luego la recuperó
tras auxiliar a las Trece Colonias (germen de los Estados Unidos) en su guerra
de la Independencia contra los británicos.
Carlos reinó en España veinticuatro
años. A su muerte mereció el título de «padre de sus pueblos», que le da el
solitario vítor dedicado a su memoria en la sierra de Otíñar, Jaén. Lo sucedió su hijo Carlos IV, que desde su nacimiento había dado
muestras de no ser algo acomodaticio y mentecato. Para muestra,
un botón: en una tertulia cortesana se hablaba sobre esposas adúlteras, de las
que, al parecer, había muchas en la corte. El príncipe, futuro Carlos IV, dejó
caer:
-Nosotros
los reyes, en este caso, tenemos más suerte que el común de los mortales.
-¿Por qué? -le preguntó el padre, escamado.
-Porque nuestras mujeres no pueden encontrar a ningún hombre de categoría superior con quien engañarnos.
Carlos III se quedó pensativo. Luego sacudió la cabeza y murmuró con tristeza.
-¡Qué tonto eres, hijo mío, qué tonto!
-¿Por qué? -le preguntó el padre, escamado.
-Porque nuestras mujeres no pueden encontrar a ningún hombre de categoría superior con quien engañarnos.
Carlos III se quedó pensativo. Luego sacudió la cabeza y murmuró con tristeza.
-¡Qué tonto eres, hijo mío, qué tonto!
En su más famoso retrato, el del
Museo del Prado, Mengs lo reproduce
sin misericordia alguna. feo, ojos ahuevados, enorme nariz borbónica, estatura media, enteco, tez apergaminada y algo cargado de espaldas. Y una media sonrisa burlona como si nos dijera. «Ya veis a lo que me obliga el cargo».
sin misericordia alguna. feo, ojos ahuevados, enorme nariz borbónica, estatura media, enteco, tez apergaminada y algo cargado de espaldas. Y una media sonrisa burlona como si nos dijera. «Ya veis a lo que me obliga el cargo».
EL CREADOR DE LA
BANDERA ACTUAL
Hasta el reinado de Carlos III, la
bandera española había sido la de la Casa de Borbón, completamente blanca, pero
en 1785, siendo rey de Nápoles, Carlos decretó que sus navíos de guerra usaran
una nueva bandera roja y gualda para evitar que los ingleses los cañonearan si
los confundían con los de otros estados borbónicos enemigos de Albión.
Carlos III trajo consigo esa bandera
que desde 1843 sería la oficial de España y lo ha seguido siendo hasta nuestros
días, excepto durante los años de la Segunda República, en los que se sustituyó
por otra con la franja inferior morada, erróneo recordatorio de la supuesta
bandera de los comuneros castellanos que se alzaron contra Carlos V. En
realidad, el pendón castellano del que tomaron la idea era rojo, pero con el
tiempo se había descolorido hasta parecer morado.
UNA SUCESIÓN ‘TOP SECRET’
Carlos IV, el hijo y sucesor de Carlos III, lo casaron con
su prima María Luisa de Parma (de quien recibió el nombre la
hierbaluisa), seguramente la reina menos agraciada que ha tenido España, quizá
hasta Europa. Esta señora fue tan promiscua que no sabemos a ciencia cierta la
parte que cupo al monarca en los catorce hijos (y diez abortos) que tuvo. En el lecho de muerte confesó a su director espiritual, el fraile
agustino Juan de Almaraz, que ninguno de sus hijos lo era de su augusto
esposo. Fernando VII, el heredero de la corona, lo supo y para
evitar que se divulgara la noticia confinó a Almaraz de por vida en un lóbrego
calabozo de la fortaleza de Peñíscola. Ignoraba que el fraile, viéndolas venir,
había confiado su terrible secreto a un documento que guardó bajo el epígrafe
‘reservadísimo’. El memorial ha llegado a nuestros días y actualmente se
custodia en el archivo del Ministerio de Justicia.
CONSTRUIR UNA CAPITAL
En realidad, el rey nunca vestía armadura ni tuvo más
contacto con las armas que por su afición a la caza. Sin embargo, consciente de
que el prestigio de la monarquía requería una capital adornada con bellos
edificios públicos, se ocupó de embellecer Madrid con monumentos tan
característicos como la Puerta de Alcalá, el Museo del Prado, las fuentes de
Cibeles y Neptuno, el Jardín Botánico y el Palacio Real. Por eso se lo ha
llamado «el rey albañil».
- EXTRAIDO DEL DIARIO "LA VERDAD" XLSEMANAL.
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