La muerte de
Felipe III
Felipe III murió a los 43 años, de unas fiebres causadas por
una infección bacteriana de la dermis
Felipe III de España, el Rey ludópata que no quería reinar
En la corte de
los Austrias el protocolo era tan estricto, extenso y absurdo, que incluso
podemos imponerle parte de culpa en la muerte de Felipe III. Según la historia,
el 31 de marzo de 1621 el rey pasó a mejor vida a causa de unas fiebres, cuando
tenía 43 años. Me permitirán ustedes aclarar de antemano mi escepticismo sobre
lo que voy a relatar, pero en cualquier caso me parece una buena historia para
el blog, y además les permitirá a ustedes hacerse una idea del absurdo
protocolo al que hacía referencia.
El frío del invierno madrileño había llevado a la colocación de un brasero
junto al rey para templarle el cuerpo. Pero el rey comenzó a acalorarse
considerablemente, quizá por el fuerte calor del brasero colocado muy cerca del
monarca. Algún cortesano se dio cuenta del problema y del precario estado de
Felipe III, y comentó que sería bueno apartar el brasero de la vera de su
majestad. Pero aquí llegó el problema.
El protocolo establecía quién era la persona destinada a aquellas tareas, a
la sazón, el duque de Uceda. El mismo diablo debía haber enredado a este noble
señor en otro lugar, y no fue localizado con la debida premura. Cuando por fin
llegó y retiró el brasero, el rey ya estaba bañado en sudor y con fiebre.
Aquella misma noche una erisipela y las consabidas fiebres acabaron con la
vida de Felipe III, que podría haber salvado la vida si aquel brasero no
hubiera puesto el último clavo sobre su insigne ataúd. Pero qué quieren ustedes
que les diga, es posible que se hubiera muerto de todos modos.
Felipe
III de España, el Rey ludópata que no quería reinar
El hijo de Felipe II perdió grandes sumas de dinero ante
importantes cortesanos jugando a las cartas, entre ellos el Duque de Lerma,
quien convenció al Monarca de que trasladara la Corte a Valladolid, y de nuevo
a Madrid. El noble castellano se hizo millonario con la operación urbanística
resultante
Con la
llegada al trono de Felipe III, el único
hijo varón que sobrevivió a la muerte de Felipe II, se interrumpió la estirpe de Reyes españoles que gobernaron sin necesidad de
delegar en validos o favoritos, cuyo recuerdo más reciente en ese
momento eran los accidentados reinados de Juan II y Enrique IV «El Impotente», que permitieron que Álvaro de Luna y Juan Pacheco llevaran
en su beneficio las riendas de Castilla. Dominado durante casi dos décadas por el oscuro Duque de Lerma, Felipe III se reveló como un
gobernante apático con muy poco interés en los asuntos de estado, y sin la
formación adecuada para ello, puesto que su educación había estado
continuamente interrumpida por sus problemas de salud. Además, al igual que
otros miembros de la familia Habsburgo, desarrolló
un comportamiento compulsivo, en su caso con los juegos de azar.
La salud de
Felipe III, que tenía un nivel de consanguineidad poco por debajo de su malogrado hermanastro el Príncipe Maldito, fue siempre precaria. «Dios, que siempre me ha dado
tantos reinos, me ha negado un hijo capaz de regirlos», afirmó en una ocasión
Felipe II, consciente de que era poco probable que su último hijo varón llegara
a la edad adulta. Precisamente por ello, la educación del joven príncipe
fue descuidada y el Rey Prudente prestó mucha más atención en
esos años de formación a su hija predilecta, Isabel Clara Eugenia.
Así, la hija del Rey permaneció soltera hasta poco antes de la muerte de su
padre a fin de recurrir a un matrimonio beneficioso para la Monarquía hispánica
en caso de que hubiera sido la sucesora.
Frente a un padre extremadamente exigente, la indolencia de Felipe III se tradujo
en un joven perezoso sin ningún interés por los asuntos de Estado. El médico
psiquiatra Francisco Alonso-Fernández lo
describe en su libro «Historia personal de los Austrias españoles» como una
persona «de dotación intelectual escasa o mediocre, casi en el umbral de la
deficiencia mental. Si no fuera por su fervorosa entrega al divertimento, la
imagen de Felipe III podría ser equiparada a la de los monjes medievales
atacados por una especie de pereza melancólica, la acedía».
El Duque de Lerma se beneficia del
indolente
La abulia del
Rey fue aprovechada, como nadie, por Francisco de Sandoval y Rojas,
perteneciente a una familia noble con más deudas que rentas hasta que Felipe III elevó su condado a Ducado de Lerma en 1599.
Educado en la corte como compañero de juegos del Príncipe Carlos, el Duque de Lerma
pasó posteriormente a ocupar el cargo de gentilhombre del Príncipe Felipe III –el otro hijo de Felipe II que llegó a la
edad adulta– con el que hizo buena amistad y sacó rico provecho. En el año
1601, el Duque de Lerma, nacido en Tordesillas,
convenció al Rey para que trasladara la corte de Madrid a Valladolid.
Previamente, el noble castellano y su red clientelar habían adquirido terrenos
y palacios en Valladolid para después venderlos a la Corona. No conforme con
unos beneficios que le convirtieron en el hombre más rico del Imperio español, Francisco de Sandoval y Rojas volvió a persuadir a
Felipe III para restaurar la corte a Madrid solo seis años después. En la
actual capital de España, a cuyo Concejo le tocó pagar un
elevado coste por el traslado, el duque repitió la operación
urbanística y compró numerosos palacios y viviendas, que en ese momento estaban
a precios muy bajos.
Mientras
personajes como Francisco de Sandoval y Rojas o el dominico Luis de Aliaga conducían el reino sin timón hacía
sus aguas particulares, Felipe III ocupaba sus horas en fiestas, jornadas de
caza interminables –afición que heredó de su padre–, la cría de caballos, la
danza, la música y los juegos de naipes. En el caso de esta última afición, el
Rey desarrolló una fuerte adición, que, según Francisco Alonso-Fernández, fue lo bastante pronunciada para ser considerada una ludopatía
adictiva. Jugando a las cartas perdió grandes sumas de dinero ante
importantes cortesanos, entre ellos el propio Duque de Lerma, y modificó de
forma caótica sus horarios. No en vano, existen otros casos de personalidades
adictivas en la familia de los Habsburgo. Sin ir más lejos, el Príncipe Carlos, hermanastro de Felipe III, era
aficionado a apostar a la mínima ocasión: a los dados, a las cartas e incluso a
las competiciones. Otros casos reseñables son los de Felipe II, un obseso compulsivo
y coleccionista enfermizo, y el de Felipe IV, un sexoadicto.
Con el fallecimiento de la Reina
Margarita de Austria-Estiria en
1611, que había asumido gran importancia política y servía de obstáculo a
quienes ambicionaban utilizar al Rey como mero títere, las luchas por hacerse
con el control del reino se intensificaron entre el Duque de Lerma y el
confesor Luis de Aliaga. Con ayuda del Duque de Uceda –hijo del Duque de Lerma– y del Conde-Duque de Olivares –futuro valido de Felipe IV–, Luis de Aliaga consiguió
que el hombre de confianza del valido, Rodrigo Calderón de Aranda, fuera ejecutado por
corrupción en la Plaza Mayor de Madrid en 1621. El mismo Francisco de Sandoval
y Rojas tuvo que solicitar de Roma el capelo cardenalicio
para protegerse de cualquier proceso judicial, puesto que el clero gozaba de inmunidad eclesiástica.
Felipe III,
que se había limitado a observar la contienda sin tomar completo partido por
ninguno de los bandos, quedó sumido durante aquellos años en un estado de
melancolía que le hacía lamentarse de haber llevado una vida tan superficial.
Murió una década después que su esposa –a la que no había buscado remplazo, ni
en la cama ni en el altar–, a los 43 años, de unas fiebres causadas por una
infección bacteriana de la dermis. A diferencia de sus antecesores y
de los últimos Austrias, Felipe III y su esposa sí dejaron una amplia
descendencia a través de ocho hijos, de los cuales cinco llegaron a una edad
avanzada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario