Joaquín Costa. |
Joaquín Costa, 1901
Cada región y cada provincia se
hallaba dominada por un particular irresponsable, diputado o no, vulgarmente
apodado : “cacique”, sin cuya voluntad o beneplácito no se movía una hoja de
papel, no se despachaba un expediente, ni se pronunciaba un fallo, ni se
declaraba una exención, ni se nombraba un juez, ni se trasladaba un empleado,
ni se acometía una obra; para él no había Ley de “Quintas”, ni Ley de aguas, ni
ley de caza, ni Ley Municipal, ni Ley de contabilidad, ni Leyes de
Enjuiciamiento, ni Ley electoral, ni Instrucción Consumos, ni leyes fiscales,
ni Reglamentos de la Guardia Civil, ni Constitución política del Estado:
juzgados, audiencias, gobernadores civiles, diputaciones provinciales. La
Administración central era un instrumento suyo, ni más ni menos que si hubiesen
sido creados sólo para servirle.
No había que preguntar si teníais
razón, si la ley estaba de vuestra parte, para saber cómo se fallaría el
pleito, cómo se resolvería el expediente: había que preguntar si le era
indiferente al cacique, y, por tanto, se mantenía neutral, o si estaba con
vosotros o contra vosotros.
Era
declarado exento del servicio militar quien él quería que lo fuese, por precio
o sin él; se extraviaban los expedientes y las cartas que él quería que se
extraviasen; se hacía justicia cuando él tenía interés en que se hiciera, y se
fallaba a sabiendas contra ley cuando no tenía razón aquél a quien él quería
favorecer; se encarcelaba a quien él tenía por bien, siquiera fuese el más
inocente; a quien quería librar de la cárcel lo libraba, sacándolo sin fianza,
aunque se tratase de un criminal; se imponían multas si era su voluntad que se
impusieran, hubiese o no motivo; se repartían los tributos no según regla de
proporción y conforme a las instrucciones de Hacienda, sino conforme a su
conveniencia y a la de su clientela o a la fuerza que trataba de hacer a los
neutrales o al castigo que quería imponerles por su desprecio o por su
entereza; a quien quería mal o no se sometía, hacía pagar doble ... las
carreteras iban no por donde las trazaban los ingenieros, sino por donde caían
sus fincas, sus pueblos o sus caseríos … era diputado provincial, alcalde o
regidor aquel a quien él designaba o recibía para instrumento de sus vanidades,
de sus medros o de sus venganzas, dándoles en cambio carta blanca y
cubriéndoles para que hiciesen impunemente de la hacienda comunal y del derecho
de sus convecinos lo que les pareciese.(Joaquín
Costa, 1901)
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