Reinado de Enrique IV de Castilla
Luego de la muerte de Juan II, el
nuevo rey de Castilla fue Enrique IV (1454-1474), conocido
como el Impotente. Enrique IV, definido por Gregorio Marañón como displásico eunucoide, es uno de los monarcas más
controvertidos de toda la historia de Castilla. Sin duda, eran rasgos típicos
de dicho monarca la debilidad del carácter, el retraimiento y la abulia.
Los comienzos de reinado, fueron positivos. Era favorable la situación económica
de la Hacienda Regia, debido a que se habían asignado a la corona en sus
primeros años de reinado los ingresos de las Órdenes militares de Santiago y
Alcántara, que se hallaban vacantes. Poco después, Enrique IV
decidió poner en marcha contra los nazaríes una guerra de desgaste, lo que no
gustó a la nobleza. En las Cortes de Toledo de 1462 se decidió reservar un
tercio de la lana de la Corona de Castilla para la producción textil de sus
reinos, lo que molestó a los exportadores de aquel producto. La buena imagen
que por entonces tenía Enrique IV explica que los catalanes, rebeldes con su
monarca Juan II, el antiguo «infante de Aragón», le ofrecieran el principado.
Pero la indecisión del rey de Castilla y la astuta intervención de Luis XI de
Francia llevaron a Enrique IV a renunciar a la propuesta de los catalanes.
La farsa de Ávila
Paulatinamente crecía la oposición a
Enrique IV de una buena parte de la alta nobleza. El momento más crítico tuvo
lugar en el año 1465. En el mes de junio de aquel año se celebró en las
afueras de la ciudad de Ávila una grotesca ceremonia, la llamada «farsa de
Ávila», en la que el rey, representado por un muñeco cubierto de luto y
colocado en una silla, fue despojado del trono. Entre los participantes
en aquel acto figuraban, entre otros, Juan Pacheco, que había sido años
atrás el principal colaborador del rey de Castilla, y el arzobispo de Toledo,
Alfonso Carrillo. Los rebeldes proclamaron rey de Castilla a un joven hermano
de Enrique IV, el infante Alfonso, el hipotético Alfonso XII. Pese a
todo, Enrique IV, con el apoyo de las ciudades y de algunos nobles que
permanecieron fieles a su causa, como los Mendoza, venció a los revoltosos en
la batalla de Olmedo, en el año 1467. Pero su indecisión
le impidió, una vez más, sacar partido de aquel triunfo.
Muerte y sucesión de Enrique IV
En 1468 murió, víctima de la peste, el
joven Alfonso. Enrique IV había tenido, de su segunda
esposa, Juana de Portugal, una hija, también llamada Juana. Las malas
lenguas atribuían la paternidad a su nuevo favorito, Beltrán de la Cueva,
de donde viene el nombre de Juana la Beltraneja. Enrique IV, en el pacto
de los Toros de Guisando, del año 1468, designó como sucesora a su hermana
Isabel. Ello obedecía no a su discutible paternidad sobre la joven
infanta Juana, sino a que su segundo matrimonio ofrecía serias dudas de
legalidad. No obstante, el matrimonio de Isabel, en 1469, con el heredero de la
Corona de Aragón, Fernando, realizado sin la previa consulta al rey de
Castilla, como se había acordado, disgustó a Enrique IV, el cual declaró
heredera del trono a su hija Juana. Se inició entonces una etapa sumamente
confusa, lo que explica que, a raíz de la muerte de Enrique IV, acontecimiento
que tuvo lugar en el año 1474, Castilla fuera el escenario de una guerra de sucesión entre las dos candidatas: Isabel, la
hermana del rey fallecido, y Juana, su hija.
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